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Boletín de la AILCFH

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Entrevista: Marianella Collette
Publicado en Grafemas Febrero 2007

Entrevista a Elvira Orphée


OrpheeElvira Orphée nació en la provincia de Tucumán, Argentina. Sus libros realizan una indagación constante sobre temáticas como la injusticia y la corrupción del sistema social argentino en todos sus diferentes estratos socioeconómicos. Ha publicado los siguientes libros: Dos veranos (1956), Uno (1961), Aire tan dulce (1967), En el fondo (1969), Su demonio preferido (1973), La última conquista de El Ángel (1977), Las viejas fantasiosas (1981), La muerte y los desencuentros (1989), Ciego del cielo (1991). Esta entrevista tuvo lugar en el domicilio de Elvira Orphée en ciudad de Buenos Aires, en agosto del 2002 y fue publicada en Conversación al sur: Entrevistas con escritoras argentinas, Simurg (2003). Editorial Simurg ha permitido su publicación en  Grafemas.

Marianella Collette: ¿Cuándo descubres el código de la escritura?

Elvira Orphée: A los once años. Enfermedades por turno me impedían una vida normal, y aunque en mis buenos momentos era capaz de hazañas peligrosas, como subirme a una torre de electricidad, instalarme en alto y desde ahí, como reina en un trono enaltecido, dejarme suplicar, por gente reunida, que bajara o corría el riesgo de matarme. Posible­mente esa torre no funcionaba en determinadas horas pero, como ignoraba cuáles, continuaba allá arriba mirando el mísero mundo. Se necesitaba comisiones de gente para buscar a mi madre y que me hiciera bajar. Por una vez no me llevaba palizas de película, que no consistían en golpes sino en tirones de pelo y arañazos.

Mi horario de colegio era matutino, pero las monjas, voraces de rezos y paraíso, nos hacían ir a veces por la tarde para oír las prédicas de un buen curita. Yo casi nunca iba. Prefería pasear por un parque de luz que siempre me parecía oscuro, o insuficiente aun en esas tórridas primaveras del Tucumán. El principal atractivo de aquel parque era el cementerio de los ricos (había otro para los pobres, mucho más pintoresco, pero quedaba más alejado). No puedo precisar qué era lo que me atraía hacia él en las ho­ras tempranas de la siesta, cuando el resto de la gente cumplía con la tradición del sueño en sus casas. Quizá se tratara de ese encantamiento mortuorio del que pocas adolescencias se libran, aunque no lo creo. Más bien pienso que era la paz de ese lugar, su soledad lo que me fascinaba. Porque aunque la ciudad de Tucumán fuera apenas animada, de todos modos tenía movimiento, pero yo jamás fui muy adicta a la gente, ni siquiera a seres excepcionales que conocí más tarde.

Aparte de mis aventuras callejeras, pasaba la mayor parte del tiempo convaleciente, y no me atraían los cuentos cómicos de los libros. En cambio podía leer mil veces La sirenita, y revivir con ella toda su tragedia, no me refiero a la versión edulcorada actual, o La reina de la nieve, de Andersen. También los cuentos expurgados de Las mil y una noches ya que ninguna chica de once años habría comprendido en aquel entonces el erotismo desen­frenado de esos relatos arábigos.

Entonces quise saber cómo se hacía para escribir cosas tan bellas, y me embar­qué en la escritura de una “novela”. Mi protagonista se llamaba Roland, nombre seguramente convo­cado por mis genes franceses. Pero en esa novela no había más que admiración por Roland y descripción minuciosa de los bosques que él transitaba, hasta con sus caracolitos. Esta incipiente narrativa me aburrió pronto, entonces me dediqué a la poesía, escribiendo “maravillas” tales como los versos si­guientes: “Una noche, noche muy bella/ tu hermoso rostro yo contemplé/ y en esa noche, noche de estrellas/ a amarte mucho ya comencé”. Una joven monja muy dulce descubrió esos “versos”, los creyó dirigidos a mí y no me infligió ninguna penitencia. La hermana Salesia sólo me previno de las consecuencias. Yo puse un oído desatento y empecé mi carre­ra literaria con un malentendido.

MC: ¿Qué te impulsa a escribir tu primer libro Dos veranos?

EO: Esa actitud de luchar siempre contra la injusticia. Pero en este caso me equivoqué. El protagonista, Sixto, era un chico de la calle que realmente existió, fue protegido de un militar, que incluso lo llevó a su casa, donde hacía trabajos livianos. Pero Sixto no quería ganarse la vida, sino que se la dieran ya ganada, fue así que mediante el robo y el asesinato comenzó a apropiarse de lo ajeno. Creo recordar que terminó muy mal, lo mataron durante uno de esos intentos. Y que mis parientes todavía lo sintieron.

MC: En tu novela Uno existe una clara dicotomía entre la clase obrera y la clase burguesa, sin embargo ambas están sufriendo los mismos vacíos y desencuentros emocionales ¿puedes hablar sobre esto?

EO: Esa división no es exclusiva de nuestro territorio. Está en toda Latinoamérica, quizás debería decir en todo el planeta, aunque tomando formas más temibles en países ricos. La nuestra viene ya de una división diaria de la personalidad. “Quiero salir; quiero que­darme en casa”. “Quiero estar muy sana; no quiero estar muy sana porque entonces ya no pensarla sin tregua”.  Prefiero ser “el hombre, ese hijo (pensante y enfermo) del mono” (Unamuno), ya que los autores machos borran la existencia de un ente llamado mujer y tienen por cómplice hasta la gramática, sería mejor ser una hija en­ferma de la mona, enfermedad que le dio la inteligencia, las argucias, y el ansia de saber. En cuanto a las diferencias entre clases sociales, que creo es lo que usted me está preguntando, ya la veo como una luna menguante acelerada. Hubo una diferencia de clases.  Señoras argentinas se casaban con duques y príncipes euro­peos, y en sus casas no hubiera entrado nunca un Maradona ni un ídolo de la canción. Hoy, todo está muy mezclado, aunque la división persiste, en un jet set poblado de parásitos que malgastan sus vidas, de politiqueros, con cultura apenas más extensa que la de un indigente, y empujando hacia abajo a los más carenciados.

MC: Tu novela Uno tiene alusiones al tango Uno “como otros ojos los perversos que mataron mi ilusión”. ¿Qué relación existe entre este tango y tu novela?

EO: Sólo la forma de nombrarse del hombre argentino, forma que hoy tiende a de­saparecer. Quizá tal hombre por pudor del “yo” quería con ese “uno” impersonal, poner un antifaz a su yo, y disfrazarse en la generalidad del hombre. El tango Uno, aparte de ser muy bueno, es un drama común a muchos. Se refiere a una amada traidora en la época de la primera mitad del XIX, momento de sexo con obstáculos y mucha importancia en cada relación individual. Parecería que si una mujer no era perversa en aquella época, no tenía otra forma de hacerse amar. La inteligencia no contaba, la ternura parecía ser como un conjuro hecho más para perder a un hombre que para ganarlo. El amor era despiadado y hasta carnicero. Pero ¿qué sucedía con el hombre que dejaba de ser el macho rey? Pero mejor no confundir la verdad con la suposición masculina de que cuanto más rebajara a una mujer, si él perdía hombría, ganaba compasión y odio para ellas.

MC: En tu novela Aire tan dulce la gama de la utilización del lenguaje es muy extensa, va desde un lenguaje sencillo hablado hasta el otro extremo de un lirismo poético ¿cómo surgió esta propuesta de variación estilística de lenguaje?

EO: Si yo no escribiera fijándome en el lenguaje, base de la literatura ¿qué escribiría? Algo vacío. Son las palabras las saetas que llegan desde un lenguaje para llevar hasta una emoción, hasta las frases doradas. No hay que escribir con palabras opacas.

MC: En Aire tan dulce aparece la virtud de la honradez como forma masculina de control de la mujer. ¿Ésta era una preocupación en la sociedad argentina de los sesenta? ¿Cómo observas esta problemática?

EO: ¿Qué tiene que ver la honradez con un sexo de mujer? y, ¿por qué se ponía el buen nombre de la familia en un órgano femenino tan asqueroso como todos los otros órganos? Como si se culpara a una mujer porque le habían tocado el hígado o el páncreas. Diferencia: Sólo algunos órganos producen placer. Actualmente, al tema del sexo se le muestra como deporte sin ganadores ni perdedores. Un porque sí. Más aún, una ridiculez.

MC: ¿Cómo surgió tu novela En el fondo y ese juego antitético en­tre país frío y país caliente, entre el exilio exterior e interior? ¿Podrías hablar cómo has vivenciado estos exilios en el libro y en ti?

EO: A veces sé cómo nace un libro, otros no. En una segunda edición de En el fondo, cambié hasta el título, y se llamó: La muerte y los desencuentros y dejó de ser un largo poema para convertirse en una corta novela, pero siempre con toda la poesía que se puede poner en una novela. Con respecto al sentimiento de exilio se vivencia como un dolor permanente. Y basta para decir cómo también lo viví en mi vida. Muchas veces me sentí europea, exiliada en mi propio país. Hoy lo siento con menos dolor, no porque las formas de ser argentino hayan mejorado, sino porque he entrado en una indiferencia personal, algo que hay que agradecerle a los años. Ya pocas cosas importan.

MC: En el libro Mujeres argentinas hay un artículo de Cristina Piña sobre Alejan­dra Pizarnik.  En él me enteré que la última persona que visita a Alejandra antes de su muerte eres tú y que poco antes de morir ella escribe una frase que dice “No quiero ir más que hasta el fondo”. ¿El título de tu novela En el fondo tiene alguna referencia a esta frase de Alejandra?

EO: Estuve con Alejandra en su último día. No fui la única. En el fondo no tiene ninguna referencia a la frase de Alejandra que citas y que yo hasta hoy no conocía. Sin embargo, hubo una coincidencia. En el año 1966 o 67, cuando nos vimos en París, ninguna de las dos había leído a la otra. Pero un buen día encontré (y digo encontré porque casi nunca recuerdo lo que escribo) en mi libro Aire tan dulce este capítulo, “Querida”, que invoca a un personaje importantísimo: “Te he pensado tanto, querida. Te he pensado tanto que no entiendo por qué no me has oí­do... ¿Quién soy yo para que me tengas miedo? Una pobre criatura que te ruega que vengas una tarde después que haya llovido. Vendrás, embebida de olores: la tierra mojada y un poco de relámpago…  Veré más que nunca, sin querer apoderarme ya de nada con los ojos. Te miraré con tanto desapego, querida, que no tendrás dudas de que te estaba esperando, de que en ese momento te mezclo con un dulce de uvas que me encantó, con las fresas que me mandaron su olor hasta mi cama de enferma, con el arroyo del barranco de los loros, con mis bolitas de colores que fueron princesas, con el patio del toldo colorado, con la tormenta, con todo lo que me ha pasado. No dudarás de que en ese momento te mezclo conmigo… ¿Qué im­porta, qué te importa? Sos ciega, no sabés nada. Tendré que dejar de rogarte. No te han dado orejas para escuchar…  No quiero rogante, mi buena, mi humilde, mi única querida. Porque sos la única que me quiere. Enormemente. Tenés para mí una cu­na, donde me colocarás vuelta a nacer. De algo tan exageradamente blanco y suave que no sé que pueda ser. Me acunarás, me querrás. Me querrás hasta borrarme, hasta vaciarme. Y seré nadie. Sin nombre, sin cuerpo que asentar en algún lado. Con sólo amor. ¡Oh, me querrás, me querrás, hasta borrarte, hasta no ser nada! Me querrás, porque si no me quisieras, ¡qué desesperación sin vuelta atrás!...  Sé mi querida, sé la que me quiere, mamita Muerte. Vendrás, habrá acabado de llover. Sabrás que te estaba esperando por ese inmenso desapego que me notarás. Y después Será el amor.”
El fragmento de Pizarnik dice: “Junto al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría. Y es verdad que he despertado en el lugar del amor”. Ella usa la síntesis, como todo real poeta y dice: “No quiero ir más que hasta el fondo”. Pero mi título En el fondo, nada tiene que ver con esa frase. Ni la conocía.


MC: Uno de los temas que más me atrae de tu libro La muerte y los desencuentros son las transformaciones de los personajes en animales y esa integración con la naturaleza que es como un regreso simbólico hacia un arquetipo femenino. ¿Tienes un interés especial por esta temática?

EO: Absolutamente no. Y tampoco en explorar una temática de integración chamánica entre animales humanos y animales en proceso de llegar a lo humano, lo que está desa­rrollado en un cuento del libro Las viejas fantasiosas.

MC: La integración de arquetipos de la divinidad femenina en la literatura moderna es algo muy poco explorado pero surge en tu novela con muchísima fuerza, cuando mencionas a Artemis (Artemisia, diosa de la luna, cazadora por naturaleza con muchísimo instinto primario). ¿Relacionas acaso a la protagonista con Artemis?

EO: Sí, me fascinan los dio­ses de la más alta antigüedad, con lazos tendidos hacia el futuro en parecidos deslumbrantes. Creo, al igual que tú, que la divinidad femenina, en la literatura moderna es algo muy poco explorado. Pero debo hacer una aclaración de pronunciación porque no siento a Artemis -en su bella pronunciación griega, ya que Artemisia me hace pensar en una abuelita de provincia, adepta a los tés de hierbas, y no como cazadora sangrienta, no como diosa de la luna que mata con sus dardos plateados. Atrae más el dardo que el té de hierbas.

MC: ¿Percibes que la literatura escrita por mujeres está reivindicando este espacio femenino?

EO: Siento la diferencia entre literatura masculina y femenina cuando encuentro poesía en una novela. Ellas aman. Ellos planean revoluciones en bares y palean por las mujeres. Creo más en el espacio humano que en el de los sexos, pese a haber nacido feminista sin saberlo. Hay novelistas hombres con gran carga de poesía. No relaciono yo, sino su enamorado, a la protagonista de La muerte y los desencuentros con el nombre que él le pone, Artemis, por su belleza andrógina, su coraje y su capacidad de amar heterosexualmente, conquistando o conquistada, virgen o diosa de los mil pechos que amamantan.

MC: Tu cuento “Las viejas fantasiosas” tiene reminiscencias de las brujas que conocen el arte de la magia ¿por qué crees que se le tiene tanto miedo a esta forma de poder sobrenatural femenino?

EO: Se tiene tanto miedo al poder femenino porque se sabe oscuramente que son ellas las conductoras de la vida y de la muerte. Todo lo que nace es para morir. En el período neolítico, fueron las diosas las Señoras del cielo, la tierra y el submundo. Hoy ya ni es necesaria para la especie la presencia del hombre. Unos tubitos pueden suplantarlos para siempre en la concepción. Y es posible que la forma de decir de la mujer, mientras no quiera imitar al macho, encierre un poder sobrenatural que mata de a poco: “La muerte de espuma, buscándote a ti que fuiste el lugar del amor”.

MC: ¿Cómo percibes que la literatura de mujeres está reivindicando ese espacio femenino?

EO: No por reminiscencias de brujas ni por la persecución masculina que su­frieron. Sé que mis libros son apreciados por mujeres y poetas. Deduzco un lazo entre ambos. Claro que el lenguaje femenino es distinto que el del hombre. El perora, ellas dejan intuir. Claro que hay muchas excepciones entre los escritores hom­bres. Las de aquéllos que tienen un alma casi sin contiendas terrestres. Creo que la mujer se relaciona con el poder de una forma distinta, por su seduc­ción -su magia, digamos- y su innegable inteligencia. Hoy imita con éxito las argu­cias del poder masculino. Ojalá no pierda sus poderes naturales, aun ignorándolos.

MC: ¿Por qué te interesan tanto los temas de energía y magia?

EO: Porque me interesa casi todo. Quise ser aviadora, quise ser médica, y mi padre decía, para humillarme, que debería ser abogada. Y yo contes­taba: Ganaría casi siempre. Entonces me convertí en escritora.

MC: Tu libro de cuentos La última conquista de El Ángel lo terminas de escribir en el año 1975 y se publica en 1977 y sin embargo es una predicción de las atrocidades de la dictadura argentina. ¿Por qué crees que tu imaginación ya presentía tan nítidamente este futuro inmediato?
 
EO: Esto fue no sólo el resultado de mi imaginación sino también de mi experiencia de los métodos utilizados por Perón, cuya víctima fui en mi época de estudiante, afortunadamente con muy poca intensidad. Escenas teatrales, mentiras sobre las compañeras presas conmigo. Allí no se trata­ba de humillar para sacar información que los estudiantes teníamos en dosis míni­mas.  Sólo se trataba de vengarse de los que no creían en su ser maravilloso, en­gominado y símbolo apto para todos los manejes del Peronete que nos han condu­cido a la Argentina de hoy. El libro refleja un poco de intuición y un conocimiento previo de lo que era un dictador. Allí, sí, adiviné.  Sucedió que uno de los entregadores de prisioneros de la última dictadura tenía como apodo El Ángel, por su físico. Años des­pués de publicado el libro, me enteré de que ése era su apodo, por rubio, por sua­ve. Hasta hoy no puedo creer que fue la obediencia a su deber lo que lo llevó a dela­tar y, sin embargo, fue así. La obediencia está en el código del marino. Entre faltar a su humanidad y faltar a las órdenes dadas por un superior, eligió lo que le habían inculcado. Me pregunto con angustia si yo misma no hubiese faltado a una orden que me costaría la vida si no la obedecía. Y no tengo contestación para esa duda.

MC: ¿Por qué crees que el hombre necesita torturar y humillar al otro, para sentirse todopoderoso?
EO: Un hombre de baja estofa -caso que no es el de este marino- posiblemente ne­cesite torturar y humillar para sentirse poderoso. Se sabe él mismo incapaz de toda grandeza, entonces la reemplaza con el poder que le dará personalidad y altos puestos. Nuestro Ángel, espía de los que no creían en el gobierno al mando, no necesitaba torturar ni delatar. Pero su religión era obedecer a los superiores.

MC: Me puedes explicar el título de este libro de cuentos La última conquista de El Ángel.

EO: El título La última conquista de El Ángel, se refiere a una escena que imita la del amor de una mujer atada y torturada eléctricamente bajo el cadáver de un hombre que faltó a los mandamientos de la dictadura.

MC: Los cuentos de Ciego del cielo giran alrededor de la justicia vindicta, por mano propia y no la justicia institucional. Son los mismos personajes los que establecen justicia en este mundo caótico. En tu cuento “Será justicia” son las mujeres las que castigan con sus propias manos al violador de niños y mujeres ¿crees necesario esta forma rudimentaria de justicia en sociedades tan impunes como la Argentina?

EO: Los cuentos de Ciego del cielo son en general los de la justicia por mano propia. No estoy en contra. Querría aplicarla, pero no sé si sería capaz. En todo ca­so, dentro de mí estoy deseando una organización que termine con las Cámaras (diputados y senadores) que no sólo no quisieron rebajarse sus sueldos sino que se los aumentaron, ante la visión de un país que era rico y que hoy ve a su gente comiendo de las bolsas de basura. Quiero apasionadamente que algunos tomen el lugar de vengadores y terminen entre otros con los Menen de la Argentina y del mundo. Que terminen no sólo con ellos sino con toda la gentuza capaz de llevarnos adonde nos dejó, incluido ese sirio presidente que quería a toda costa pertenecer a la alta sociedad y que ni siquiera lo logró casándo­se con una ex miss universo. Sigue siendo tan ridículo que me da vergüenza verlo con su casi enanismo y su nariz de payaso, un engendro entre Clinton y Chirac. Justicia por mano propia, sí. Pero hasta yo, flor de cobarde, quizás me animara a infligir el castigo que les doliera, aunque no fuese la muerte clemente, sino lavar letrinas en una cár­cel hasta su muerte.

MC: ¿Qué te impulsó a escribir los cuen­tos de Las viejas fantasiosas?

EO: El azar. Yo casi nunca soy una escritora deliberada. Estos cuentos simplemente me encantaron. Tienen algo de mi infancia.

MC: ¿Qué tipos de escritoras o escritores llaman tu atención?

EO: Margerite Yourcenar. Elsa Morante, la que fue esposa de Moravia y escribió La isla de Arturo. Marosa di Gorgio, la escritora uruguaya. En Argentina me conmueven las poetas, Onozco y Alejandra Pizarnick. Si hay otras no las conozco.

MC: ¿Qué estás escribiendo actualmente?

EO: Actualmente escribo mis recuerdos como Vieja Roma bajo la luna (memorias frívolas) y Ofidia, sobre diosas serpientes, reinas en la antigüedad. Además escribo en el sueño. Todas mis noches son divertidas, aunque algunas temibles. Sueño idilios, peligros, paisajes y despierto decepcionada por no soñar el esplendor que soñaba antes, palacios en bosques de Viena, casas en Roma, altas sobre el vacío, con fantásticos paisajes de agua y de misterio. Nunca los había visto, nunca los veré, pero Roma me toca el alma hasta no poder sentir que pertenezco a otro lugar.   Incluso la invento en sueños.

 

Obras Seleccionadas

Dos veranos. Buenos Aires: Sudamericana, 1956. (Novela)
Uno. Buenos Aires: Compañía Fabril Editora, 1961. (Novela)
Aire tan dulce. Buenos Aires: Sudamericana, 1967. (Novela) Caracas: Monte Ávila, 1977.
En el fondo. Buenos Aires: Falerna, 1969.  (Novela) Buenos Aires: Compañía Fabril Editora, 1972.
Su demonio preferido. Buenos Aires: Emecé, 1973. (Cuentos)
La última conquista de El Ángel. España: Monte Ávila, 1977. (Novela) Buenos Aires: Javier Vergara, 1984.
Las viejas fantasiosas. Buenos Aires. Emecé, 1981. (Cuentos)
La muerte y los desencuentros. Buenos Aires: Editorial Fraterna, 1989. (Novela)
Ciego del cielo. Buenos Aires: Emecé, 1991. (Cuentos)

 

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