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Rosario M. de Swanson, Marlboro College, Vermont
Publicado en Grafemas marzo 2012
Metamorfosis ante el espejo de obsidiana. Monólogo en dos actos.
Premio Victoria Urbano 2011-Teatro
A M. U. T.
A Lola y María por la inspiración y el aliento
Personajes
Soledad Luna
Vestida con falda mexicana negra y blusa bordada de Oaxaca, maquillaje exagerado resaltando los rasgos de mestiza de tez morena.
Escenario
Habitación de mujer: una cama, un escritorio con una lámpara y escritorio, un espejo de cuerpo entero colocado a un costado con la luna casi dando la espalda al público, un biombo, sillón con ropas dejadas al azar, cuadros y decoración, un ventanal. El centro del escenario vacío en blanco para que se puedan proyectar imágenes en otro momento. Se perciben elementos mexicanos en el uso de colores saturados y de contraste (rojos, negros, verdes, azul) tanto en el escenario como en el vestuario.
Música
Antes de comenzar el primer acto se escucharán fragmentos de La hija de Rapaccini del compositor Daniel Catán, basada en la obra de Octavio Paz y a lo largo de la obra se usará, además Mariposa de obsidiana del mismo compositor, así como fragmentos de música popular como “La llorona”, “Paloma negra”, “La confession” y “La frontera” interpretadas por Chavela Vargas y Lhasa de Sela respectivamente. También “Rítmica número 5” de Amadeo Roldán y música prehispana. Voces y murmullos de rezos previamente grabados, música tecno y el aterrizaje y despegue de un avión.
Actuación
En el monólogo Soledad atravesará por una serie de sentimientos que van de miedo, alegría, tristeza, enojo, ira, tragedia, imaginación hasta llegar a la aceptación. Todos ellos instigados por haber tenido una niñez y juventud angustiante en la que la que predominó el sentimiento de culpa. El monólogo refleja las luchas interiores del personaje en su búsqueda inacabable de afirmar su existencia como mujer y seguir siendo a pesar de todo.
Primer Acto
(Antes de empezar, como aviso de la próxima presentación se dará comienzo con el aria Mariposa de obsidiana, de La hija de Rapaccini, de Daniel Catán. A la mitad del aria se descorrerá el telón lentamente revelando el escenario en penumbra. Inmóvil, de pie frente al espejo a medida que la música entra en crescendo, la figura de Soledad será sacudida por convulsiones dolorosas y muecas. Levanta los brazos al cielo en señal de protesta y plegaria dramática tirando a mueca; luego se deja caer como vencida cuando termina la música. La luz se vuelve brillante y se enfoca en ella. Después de una pausa, se va a incorporar lentamente hasta quedar de pie frente al público al tiempo que comienza su monólogo).
I
Hablo desde la raíz del miedo. Miedo. ¿A qué? A lo desconocido, a lo que no sé y aun no entiendo. El lenguaje es un monstruo. Estoy en duelo a muerte con el ser que fui y con el instante que termina no sin antes empezar de nuevo. Sigo siendo. No muero. Muere el instante que fui. Me transformo en otra cosa. No sé bien en qué. Siento el venir del resurgir en mí. Me ahogo. (Lentamente hace gestos como que le falta aire).
Sigo sintiendo. No muero. Tampoco hay vacío ahí donde existo más.
Algo se mueve en mi cuerpo. Me derrama y siento el casi dolor de la alegría de Clarice Lispector. Y no sé si me atrevo.
¿Acaso todo sea un ejercicio inevitable?
A veces siento que con cada día que pasa estoy cada vez más cerca del origen, de la raíz de las cosas.
He pisado las arenas del desierto. Sus llamas prendieron fuego a mi soledad. Quemaron mi boca, tatuaron las plantas de mis pies y las palmas de mis manos con su hollín negro.
Me atreví a hablar con el arbusto en llamas.
No, no estaba sola aunque nunca lo supe hasta cuando me brotaron las primeras palabras. Palabras nuevas que me supieron como a mundo recién hecho. Y todo en mí volvió a nacer pero todavía sentía miedo.
Me quedo en el resquicio de la puerta sin atreverme a cruzar su umbral. Estoy yo afuera y ella está ahí dentro. Me mira. Nos miramos. Me hace gestos que no entiendo pero que algo en mí sí entiende. Algo dentro de mí cede y me doy. Digo que sí y caigo. Caemos juntas. Abrazadas. Y entiendo como nunca. Y lloro. “Siento luego existo,” me digo. Siento toda, siento todo. Me remojo en mi llanto.
Y me ofrezco. Me ofrezco entera a la grieta “a la grieta que nos define, que se vuelve sexo en nuestro cuerpo latiente, que permite que echen raíces yerbajos, la grieta que construye el rostro hecho arruga, que hace fuerte la voz que relata el temblor del corazón”.
Sigo cayendo. No muero. Me hundo en lo profundo de las cosas. En la sinuosidad de las palabras, en la curva de sus cuerpos. Todo es ser. Soy un somos.
Y lloro con un llanto salvaje. Incontrolable. Con un dolor acumulado desde quien sabe cuando que emerge río, cataratas, ondas, remansos, torbellinos y piedras.
Me arrastra en su corriente. Me aleja del ahora y con cada marejada me lleva hacia un infinito después de cada momento. Yo sucumbo a su eco y me repito con cada reverberación.
Algo allá a lo lejos me llama como la luz del día en la mañana y el eros al anochecer. Ahora soy agua.
Mi agua refleja el aleteo de alas maravillosas que se deslizan por un inmenso cielo y soy azul y soy pájaro. Palpo con mi corriente las melenas de los yerbajos que en mí nacen y soy hierba y soy verde. Me vuelco contra las laderas de mis orillas y soy lodo, barro oscuro y en veces arena. Me golpeo contra los troncos de árboles que beben de mí y soy raíz, corteza y copa. Acaricio la piel de los amantes que se bañan en mis aguas. Me despliego en ondas infinitas, me alargo en encrespadas crestas, exploto y caigo nuevamente sobre la superficie de mis aguas. (Da vueltas imitando agua. Pequeñas convulsiones, asombro, placer, calma).
Soy remanso. Ahora navego lento como si a la deriva. Busco derrotero pero no hay ruta solamente mar abierto. Ya no soy forma. Soy reflejo líquido. Busco en la geografía de los astros un indicio de ruta pero no puedo descifrar sus enigmas y siento miedo otra vez.
Amanece.
Amanezco con una fina lluvia cayendo sobre mi superficie ploma. Viento, neblina, frío. El viento arrecia y sé que estoy a su merced. Caen rayos sobre mi superficie. Cortan mis aguas. Trato de esconderme pero no puedo, su corriente electrizante se azota sobre mí.
De pronto, desde lo mero bajo una ráfaga cálida me desliza fuera del ojo del huracán. Sigo su ruta abundante de vida marina. Percibo el olor del ramito de olivo en el pico de la paloma y sé que estoy en el principio de algo nuevo.
Su olor me lleva hasta la otra orilla (camina hacia la orilla del escenario) donde mi cuerpo líquido encalla.
Olas encrespadas enmarañan mi pelo, la arena se restriega contra mi piel, el agua besa mi oído y me habla en murmullos de caracol. Por fin puedo levantarme y vuelvo a llorar porque otra vez soy forma y sé que debo empezar de nuevo. (Entra Mariposa de obsidiana otra vez, luces vuelven a la penumbra hasta que la música se apaga. Soledad se queda inmóvil).
Segundo Acto
II
Me he atrevido a venir hasta acá para hablarte a ti que me hiciste retroceder de espanto. A ti que me negaste justo en el momento en que más lo necesitaba. Ese día y esa noche vieron mi rostro descomponerse en mil fragmentos. Por días caminé desfigurada. Tu NO produjo en mí enmudecimiento. Mil y un miedos se instalaron en mí.
Pasaron años antes de que pudiera recuperar el habla. Me convertí en eco. Estatua de sal y piedra sin poder hablar.
Quizá hicieron contigo lo mismo. Quizá tú tampoco supiste que venías repitiendo un patrón infinito. Así cuando se llegó la hora de negarme a mí todo fue natural y fácil. Yo debía ser una prolongación más de esa línea infinita que nunca llegaría a círculo porque la raya de un círculo eventualmente se une pero esto, esto separaba.
Parecía como si los que escuchábamos no existiéramos. Yo había visto este ritual sucederse con frecuencia. La gente aprende su oficio de hablar pero jamás escucha. Yo me había convertido en el mudo de la leyenda así llamado no porque no pudiera o supiera hablar sino porque ya no quedaba ninguno que le entendiera su lengua.
Algunos de ellos habían muerto de muerte natural. Otros de pena porque su mundo estaba muriendo. Estaba siendo usurpado por la realidad de otros. El mudo era el último de su especie y como ya nadie entendía lo que decía era como si no hablara, como si no existiera. Así y todo eso era yo.
Así era yo. Quizá eso habías sido tú. Así tenía que haber habido tantas, tantos. Y ahora se quería que así siguiera siendo, que otra ocupara tu lugar de eco. Fueron años de soledad. De remordimientos. De vivir con la sensación de no ser, de ser instrumento de deseos ajenos.
Con ese NO me habías cruzado a un mundo lleno de sarcasmos, de ver quién puede ser más. Más que tú, más que otros. De ningunear al que apenas es una brizna de menos que tú.
En ratos cuando la presencia de las cosas verdaderas interrumpía el ritmo natural de las cosas, la respuesta eran siempre ocurrencias ingeniosas destinadas a prevenir la comunicación.
Porque acostumbrados a no ver, se piensa que sí de verdad se descubre el rostro entonces no podrá reconocerse en la imagen que se le presenta en el espejo de ese que el yo piensa otro. Así y con base en eso se construyen las líneas de lo que separa.
De vez en cuando las rayas se cierran produciendo círculos esféricos habitados por entes que viven estudiando las diferencias diminutas entre esfera y esfera y así sucesivamente en una cadena infinita de réplicas.
¡Ay!, cuántas veces intenté la comunicación con esos rostros sarcasmo, rostros bocas de ácido en las palabras, de dardos diseñados para herir y menospreciar.
Cuando caí en la cuenta, me sentí en el centro de un tablado rodeada de rostros acezantes. (Escudriña al público, se toca la cara, hace como si habla).
Movidos por resortes invisibles venían siguiendo un guión heredado que corregían o que aumentaban pero que nunca lograron reescribir.
Fui testigo de ultrajes verbales, de saña infinita. Llegué a formar parte de aquello que castraba.
Me sumé a la retahíla de insultos contra la marchita en plena juventud, sacrificada en el altar del buen nombre y el qué dirán. Dudé del joven y del anciano metido en lo innombrable. ¿Qué es lo innombrable?, pregunté. “No lo conjures con tu boca” me dijeron. “Si no lo mencionas no existe”.
Pasé por alto insultos a quienes no hablaban a la perfección y con soltura, como ellos me declaré en contra del bilingüismo “orgánico” de las clases bajas y me declaré a favor del bilingüismo educado pero sobre todo del bilingüismo académico familiar cercano del “Sólo inglés”.
Era como si estuviéramos saldando una cuenta infinita. Impagable.
¿En qué momento y quién se había encargado de trazar esa raya, quién había erigido semejantes fronteras?
Porque también se odiaba también la sensualidad del cuerpo, el color de piel, la rebeldía del pelo, el sudor, el baile, la música.
“Las culturas musicales carecen de razón”. La sensualidad del cuerpo niega la racionalidad del intelecto”. “Pienso luego existo” es la consigna. Y los rostros de piedra sentados alrededor de la mesa refinando el círculo, depurando sus líneas.
Cantar y bailar cuentan con la ayuda de los sentidos y por lo tanto pertenecen a un orden más bajo. De ahí su negación. De ahí la necesidad de la pureza y la castidad, el menosprecio al trabajo físico, el miedo al sexo, al placer, al excremento y en veces hasta a la reproducción. Aclaro. Al acto de reproducir. (Ríe a carcajadas y luego calla).
¿De dónde y desde cuando tanta saña?
*
Pero no pude continuar más. Empecé a sentir vibraciones que venían desde de muy lejos. Cuando entrecerraba los ojos las sentía cada vez más cerca. Yo cada vez más viva. (Se oyen tambores africanos en la lejanía casi como latidos de corazón. La música es parte de Rítmica número 5 Amadeo Roldán que se mezcla con música pre hispana. Baila, de pronto deja de bailar).
Alguien me ve. Me reconoce.
En la distancia nos reconocemos. Sus labios sonríen. Dibujan satisfacción. Entienden. Alentada borro un hueco en la línea del círculo y me atrevo a salir. (Hace como que sale un círculo).
Caigo en una pesadez de manzana roja.
Los del círculo me hacen gestos. Me negaron porque otros los habían negado a ellos. Quizá lo hicieron para protegerse.
Pero de ti nunca lo pude comprender. Nunca supe bien por qué lo harías. Me expulsaste de tu mundo, de ese lugar que un día pensé era el paraíso pero que ahora sabía que había sido uno de los muchos infiernos construidos por nosotros mismos. Cuando reaccionaste ya era tarde, yo ya estaba lejos.
No sabías que ya otros me habían reconocido sin yo revelarme ante ellos.
¿Cuánto tiempo hubo de pasar? No lo sé. ¿Cuánto tiempo anduvimos perdidos los caminos?
Al principio te daba miedo no poder alcanzarme. No podías verme como era, como en realidad soy.
Te daba miedo mi cuerpo, su geografía sospechosa, sus selvas, sus mareas.
Qué extraño que haya sido mi cuerpo el que finalmente se impusiera por sobre todas las otras cosas. Porque mi cuerpo se rehusó a ser negado como se niega a una raza maldita. (Se acerca a la ventana).
Veías los reflejos, la mujer gesticulando, haciendo señas. Todo parecía lejano. Porque la de caderas ondulantes sentía, cambiaba con cada llegada de una nueva estación.
Lo cierto es que tú tampoco pudiste negar el tuyo aunque lo intentaste con tantas sesiones de psicoterapia y ejercicios de encierro.
Rezabas por días enteros con el rosario colgado en el cuello, el crucifijo pesándote en el pecho. Matar al cuerpo en vida, negarlo, eso es morir, quizá eso también sea matar.
Ahora sé que sentimos hasta en la muerte. Que de eso se trata la vida de sentir, que sentir humaniza, acerca. Negar en cambio separa.
(Siente miedo otra vez, camina por el escenario y ocasionalmente mira de reojo hacia el espejo, con miedo).
Pero tu muerte largamente deseada por tantos no puso fin a tu lucha a tus aspiraciones de ser, al cómo fue que no te dejaron ser. Si no eres no existes. Lo innombrable tampoco existe si no lo nombras. Esa había sido hasta entonces la consigna.
No hay otro remedio que ser, dijiste antes de morir. Quizá fuiste más en el momento en que moriste. No lo sé. Nunca lo sabría. Me enteré de tu muerte por otros y por la nota que apareció en los periódicos. Pero no pude reconocerte entre sus comentarios, se había desfigurado tu rostro.
Lloro tu vida, lloro tu muerte. Tu padre tan católico regresó a su costumbre de rezar el rosario, tu madre a su costumbre de desaparecer tras el cancel de tu casa. Pero yo sé que tu muerte pesa sobre todos nosotros.
Ahora después de tanto tiempo sé que hube de pagar cuentas ajenas, resentimientos malditos, diferencias de clase, odios de raza y nacionalidad, rencores antiguos, históricos, soterrados.
(Reza el rosario. Se escuchan voces acezantes primero, luego pedazos de las siguientes canciones en serie entran y se dejan de oír rápidamente: La llorona con Chavela Vargas, Paloma negra con Chavela Vargas, La confession con Lhasa de Sela. Al mismo tiempo se proyectaran imágenes de fotos antiguas en el telón de fondo del escenario mientras Soledad da vueltas recordando al muerto y rezando).
“Estamos en la estación violenta de la zafra y en el horizonte arden los cañaverales. De los ranchos vienen al pueblo los domingos a surtir sus alacenas, a aparearse con las mujeres del pueblo. Al amanecer se oye el casco de sus caballos en el empedrado de las calles. La gente fornica y se vuelve religiosa al terminar el verano. Es la fiesta de la virgen de la Esperanza. Días de caminar descalzos, pagar mandas y aparearse con muchachas entre las milpas del maizal. A veces alguno que otro viene del Norte para unirse a la romería de peregrinos. A veces hay canoas desde el puente hasta la hacienda de la Esperanza. Pero dicen que algo vive entre las raíces de los eucaliptos bajo el puente es un hombre que se enamoró de una mujer que se convirtió en serpiente. Es la leyenda del Chavarín, como la llaman los lugareños. Es extraño pensar que ese río y ese puente...”
(Camina saltando cantarina por el escenario) El río corre y se transforma, a veces es viento, a veces agua, a veces nube. (Comienza en voz alta y pausadamente se torna en murmullo. Al final enmudece y se queda como petrificada por unos instantes).
Recuerdo cuando me mostraste los dos lados de tu corazón como los llamaste. Uno negro, otro rojo; y colorín colorado este cuento se ha acabado. Y colorín colorado este cuento se ha acabado ¿Quién inventaría semejante calumnia?
(Se dirige a la mesa de escribir y busca entre los papeles y en los cajones. Saca una hoja y escribe y escribe. La luz cambia primero a penumbra y luego el reflector la ilumina sentada escribiendo. Entra la canción “La llorona” de Chavela Vargas como música de fondo pero únicamente la parte del bajo, que debe comenzar otra vez. Luego se levanta y va al espejo. Hace como si se maquillara pero son tatuajes con tinta negra y roja los que se pone en los hombros, en los brazos y en las mejillas. Luz sobre su cara en la pared blanca con los tatuajes viendo al público de frente. Luego se dirige hacia un horizonte más allá del público)
¡Aaaaaay! ¡Ay, ay, ay, ay pena penita pena, pena, pena, pena de mi corazón. Que me corre por las venas, venaaas, con la fuerza de un timón!!
(Mientras escribe entran voces y murmullos fuertes repitiendo lo que ella dijo antes pero mezclados con música de La llorona de Chavela Vargas. Las luces del escenario cambian a tonos rosados y rojizos. Voces y murmullos de rezos previamente grabados, música tecno y el aterrizaje y despegue de un avión. Luz intensa y el escenario en penumbra cuando por fin se levanta).
(Mientras recita el poema da vueltas y comienza la proyección tenue de una diapositiva de la actriz, su rostro de lado a un espejo, de modo que sea como un reflejo de ella misma. Luego se suceden varias diapositivas de paisajes otoñales. La proyección de diapositivas terminará cuando termina el poema).
Recuerdo vívidamente cuando hablamos por última vez entre paisajes dorados de oro, amarillos y verdes. Imágenes, imágenes y más imágenes. (Recita el poema)
Sin título
De día,
El árbol de tu memoria reverdece
La lluvia enmohece sus ramas
Espeso rubor de lama su tronco cubre
Las floridas puntas blancas
Tocan la punta de tus palabras y las tornan
imágenes que giran
mágico carrusel de verdes, amarillos y rojos
memorias desteñidas, viejas por el paso circular del tiempo
a los pies del árbol de tu memoria
hojas caídas,
de un álbum desprendidas
pasados de presentes, futuros de pasados
aguardando su hora en la claridad del día
quiero decir y no puedo
en este paisaje blanco
ya no hay sol, sólo neblina
tu boca se mueve, no me reconozco en su sonido extraño
por un instante volteo; me veo
veo a las hojas
amarillentas de frío y de memoria al pie de tu árbol
Me recuerdo en sus recuerdos.
Detrás de la línea imaginaria me veo a mí misma en el lugar que estoy ahora
La joven me ve y me sonríe. Me sopla un beso.
Nuevos sonidos llenan mi futuro
Limpio la saliva que se junta en las comisuras de mis labios
Sé que las palabras antiguas son el suelo donde se plantan los recuerdos nuevos
Las nuevas llenas de lodo resbalan entre las raíces enmohecidas del árbol de tu memoria
Es de noche y la memoria duerme,
el árbol de tu memoria ha perdido más hojas
en sueños juntos reverdecen para nacer otra vez.
(Silencio y pausa. Cuando termina el poema se dirige hacia atrás del biombo y comienza a quitarse la ropa para cambiarse a una bata blanca casi transparente, adivinamos la silueta de su cuerpo, habla mientras se cambia y continúa hablando cuando sale y se dirige a la ventana primero, al espejo y al público)
Mira que estas faldas mexicanas llevan el peso de la historia. Ya no soporto más esta blusa con sus bordados de oro.
He probado el amarillo líquido de las flores mojadas de suave neblina. He borrado un hueco en la línea que nos separa.
¿Cuántas veces anduvimos perdiendo los caminos? ¿Cuántas veces quise escapar de esta lápida que me hizo enmudecer viva?
No sé si te dejé de amar a ti o si tú me dejaste de amar a mí.
Se descorrió el velo. (Comienza a destrenzarse el pelo y a quitarse el maquillaje) No, no seguiré siendo entraña quemada como si fuera parte de una raza maldita.
Hoy me declaro contrabandista de la historia, rescato por fin esa parte olvidada de mi memoria lluvia que es viento y que es flama.
Ya no me aterra más sentir. Ya no pagaré por cuentas ajenas. Hablé con el arbusto en llamas, pisé las arenas del desierto calientes como paraíso en llamas, mi rostro vuelto arruga prendió fuego junto con él, y al despertar al alba supe que no había muerto.
Quizás de entre todo aquello que éramos, moriste tú y no yo. Y ahí en medio de tanta y tanta y semejante tierra me volví riachuelo y comencé a ser de nuevo. Ahora soy un yo que es un nosotros.
Ya es hora de comenzar a ser… (Da la vuelta al espejo para que refleje al público. Ella se queda inmóvil en el escenario por unos segundos, entra la canción “La confesión” de Lhasa de Sela, el escenario queda en penumbra y cierran las cortinas, sube la canción hasta terminar)
FIN
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