Grafemas

Boletín de la AILCFH

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María José Luján, Manhattanville College
Publicado en Grafemas marzo 2012

Entrevista: A Paquita Suárez Coalla le tocó escribir en Nueva York


Paquita Suárez Coalla nació en Oviedo (Asturias) en 1965 y se crió en Grullos (capital del concejo asturiano de Candamo), de donde es su familia. Doctora en Filología Española por la Universidad de Oviedo, trabajó un año en la Universidad Autónoma del Estado de México (Toluca) como profesora invitada. Desde 1994 vive en Nueva York, donde da clases de español y de literatura en BMCC (Borough of Manhattan Community College), Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY).

Paquita es una mujer muy afable, tranquila, asequible y, sobre todo, descomplicada. Nos vimos en un restaurante en el barrio chino de Manhattan llamado Wonton Garden, en el que apareció con una maleta en la que llevaba libros y otros materiales de la universidad. Estaba cerrando la oficina ante la expectativa de un verano que incluía varias semanas en su Asturias querida. Paquita tiene una personalidad literaria realmente arrolladora y sabe lo que quiere escribir y por qué. Junto con otras escritoras latinoamericanas con las que se reunió durante algún tiempo formando una tertulia literaria y de las que recibió una gran influencia y mucha fuerza a la hora de ejercitarse en el acto de la escritura, practica lo que ella misma denomina una literatura “marginal” o de minorías, es decir, escribe desde una clara conciencia de género y clase social. Lo relevante de esto es que ella se siente cómoda escribiendo fuera de lo que la crítica en general, masculina en particular, describe como literatura en el sentido más estricto. Características de sus obras son la oralidad de la que parte, la historicidad con que narra, la mezcla de lo real y lo ficticio, la memoria frente al olvido y la presencia de elementos autobiográficos.

Mª José Luján: ¿Quién es Paquita Suárez Coalla?

Paquita Suárez Coalla: ¿Qué te parece si pasamos a la siguiente pregunta? tal vez así no haga falta que me defina a mí misma.

Luján. Estás casada con un mejicano y tienes dos hijas pequeñas. ¿Saben tus hijas que su madre es, entre otras cosas, escritora?

Suárez. Sí, sí, sobre todo Jacinta, la primera, que va a cumplir ahora 11 años; prácticamente desde que nació, la llevaba a todas las actividades que hacía y ya desde pequeña se familiarizó mucho con ese mundo de la escritura. Ahora tanto ella como su hermana están en una edad en que tienen sus propias actividades aunque están empezando a asistir nuevamente a algunas lecturas conmigo.

Luján. ¿Les gusta ir a esas actividades?

Suárez. Les gusta hasta cierto punto, lo cual entiendo perfectamente. Ellas tienen su propio programa y este programa no necesariamente coincide con el de su madre.

Luján. ¿Les lees de vez en cuando párrafos de tus libros o sus lecturas van por otros caminos?

Suárez. Sí les leo de vez en cuando algo mío, sobre todo aquellos cuentos que creo que les van a gustar y entender, pero básicamente ellas leen lo que quieren; lo que más les gusta a las dos es que les cuente historias de cuando era pequeña, historias que a mí misma me parecen increíbles ahora porque me da la impresión de que hubieran ocurrido hace mil años.

Luján. ¿Les lees en castellano o en asturiano?

Suárez. Les leo tanto en castellano como en asturiano, de todos modos prefieren que les lea en castellano por razones lógicas. Están más familiarizadas con esta lengua.
Luján. ¿Saben lo que significa ser escritora?

Suárez. Supongo que sí. Ellas leen y saben que hay alguien que escribe lo que leen; claro que para mis hijas yo soy fundamentalmente la madre, la que les prepara la comida, las ayuda a hacer los deberes, las lleva al autobús, la que les recuerda que se laven los dientes y las acuesta… Por coincidencia soy, además, escritora, pero eso es de momento muy secundario.

Luján. Paquita, tú eres asturiana y tus dos obras primeras, La mio vida ye una novela/Mi vida es una novela y Pa nun escaeceme/Para que no se me olvide, las has escrito en asturiano. Sin embargo, esta última la has traducido al castellano, ¿por qué?

Suárez. Antes de responder tu pregunta, déjame que te cuente un poco cómo nacen estos dos libros que escribí casi a un mismo tiempo. En realidad el primero que empecé a escribir fue Para que no se me olvide, aunque se publica antes La mio vida ye una novela, una colección de testimonios, de historias reales de mujeres del campo asturiano donde me crié. La idea de este libro surgió en el verano del 99. Mi abuela tenía entonces 98 años y pensé que sería buena idea grabarla contando todas esas historias que yo le oía de pequeña y que para mí eran historias normales y sin otro interés que el personal. Gracias a la distancia de mi tierra pude darme cuenta de la importancia que tenían y de la necesidad de conservar lo que era parte importantísima no solo de mi propia trayectoria como mujer, sino de mujer perteneciente a una clase social que nunca ha ocupado ningún espacio, ni siquiera el que le corresponde, en la historia oficial. Me di cuenta además de que la historia de mi abuela no era una historia única ni aislada, sino la misma historia de un grupo de mujeres de una época y de un lugar muy concreto: el campo asturiano. Surge así la idea del libro, que me entusiasmó mucho, y ese mismo verano cuando regresé a Asturias entrevisté a 17 mujeres nacidas entre 1901 y 1930.

Luján. ¿Cómo fue el proceso de edición y transcripción de los testimonios?

Suárez. En todo momento yo quise conservar la manera de hablar de las mujeres, ofreciendo así, además de los relatos de vida, un testimonio lingüístico del habla del campo asturiano en estos días, un asturiano con importantes influencias del español o un español modelado de manera significativa por el asturiano.

Luján. ¿Qué pasa entonces con el libro de cuentos?

Suárez. Como te decía, casi al mismo tiempo empecé a escribir estos cuentos de mujeres que, aunque ficticios, son un tipo de ficción muy cercana a la realidad, en el sentido de que hay historias que oí contar y de las cuales parto para crear mi propia historia y encauzarla por donde yo quiero. Hay anécdotas relacionadas con mi familia, con mi niñez y mis experiencias, y hay historias que escuché y he tenido que recrear completamente por desconocer en esencia el desarrollo de la misma. Este libro lo traduje al castellano, y con esto retomo tu pregunta, porque vivo en Nueva York, ciudad en la que el español se oye en todo momento y en casi todos los barrios, y porque, afortunadamente, el español es también una lengua mía, una lengua que defiendo activamente todos los días de mi vida tanto en la casa como en el trabajo y una lengua en la que también escribo. Publicar el libro en castellano era una forma de ampliar el público al que van dirigidos los cuentos.

Luján. ¿Tiene la lengua asturiana reconocimiento como tal en Asturias y en España? ¿Por qué?

Suárez. En España yo creo que ni se enteran de que existe porque cuando se habla de las otras lenguas que se usan en el territorio español nunca se menciona el asturiano, y no se menciona por la situación misma que se da en Asturias, que no está reconocida como lengua oficial y no cuenta con los apoyos que las diferentes instituciones político-administrativas debieran darle. Esto, obviamente, influye mucho en el hecho de que no trascienda al resto de España. La historia del asturiano, como ha dicho el escritor Antón García en su momento, es una historia de mala suerte. Nunca realmente ha tenido el reconocimiento que debiera, siempre ha sido considerada una lengua inferior por ser la lengua que hablaba la gente del campo, la gente más pobre y con menos educación formal, y como siempre se habla la lengua del poder y nuestros políticos asturianos siempre han hablado castellano, la preocupación que muestran por la conservación de esta lengua como parte de nuestro propio patrimonio cultural es algo muy secundario en sus agendas. La situación del asturiano es tan terrible que aquellos mismos que lo hablan no tienen conciencia de que hablan una lengua distinta y siguen pensando que lo que hablan es un mal español. Sí es verdad que la situación cambió en parte cuando en 1975 muere Franco y surgen una serie de movimientos que reivindican todas aquellas lenguas que habían estado prohibidas durante la dictadura, como es el caso del catalán, del vasco o del gallego. Lo que ocurre entonces con el asturiano es que aparece por primera vez una serie de intelectuales y de escritores, descendientes en su gran mayoría de esos hablantes de asturiano que no habían tenido acceso a la universidad ni a ningún otro tipo de formación, y tratan de reivindicar y de dar al asturiano una categoría y un prestigio como lengua hasta el momento inexistentes. Solo en parte se logró, pero el resultado más relevante de todo este esfuerzo, y más tangible, además, es que hoy contamos con una producción literaria en asturiano de calidad. No obstante, y como no ha habido un verdadero apoyo oficial para que el asturiano se enseñe en las escuelas o para que haya una prensa o una televisión en asturiano… al no existir nada de esto, la realidad lingüística del asturiano se va debilitando profundamente. Lo cual no deja de ser tremendamente paradójico, porque por primera vez hay una Academia de la Llingua, por primera vez hay, como dije, una producción literaria de calidad que nunca hubo, hay una gramática, pero al mismo tiempo hay una falta de compromiso serio por parte del poder que convierte inevitablemente al asturiano en una lengua amenazada.

Luján. He leído que empezaste a escribir cuando llegaste a NY. ¿Descubriste en esta ciudad que te gustaba escribir?

Suárez. No, escribir, escribir, siempre he escrito, aunque no es en realidad hasta que llego a esta ciudad, como tú dices, que empiezo a escribir con conciencia de escritora.

Luján. ¿Y qué escribías antes?

Suárez. Escribí durante bastantes años unos cuentos cortos que fui guardando y que, curiosamente, son los mismos cuentos que sigo escribiendo ahora, como si no hubiera dejado de tener las mismas obsesiones literarias desde entonces. Ha cambiado el estilo, pero son las mismas historias relacionadas con mi infancia en el campo en las que ya reclamo una visión más justa del mundo rural. Lo que ocurre es que cuando llego a la universidad, empiezo gradualmente a dejar de escribir y no es hasta que llego a esta ciudad en el 94 que entiendo con más claridad por qué había dejado de hacerlo y por qué aquí empiezo a escribir nuevamente.

Luján. ¿A qué se debe?

Suárez. Cuando yo llego a la universidad a mediados de los años 80 no existían los modelos literarios que a mí, personalmente, me hubieran ayudado. Toda la literatura que se nos daba era literatura de hombres y, si había alguna mujer, no se enseñaba y si se la mencionaba, en letra pequeña, muy pequeña, solían decir que era inferior, sin explicar, por supuesto, por qué era inferior: Santa Teresa de Jesús era inferior a San Juan de la Cruz o a Fray Luis de León, Rosalía de Castro era inferior a Bécquer, Emilia Pardo Bazán era inferior a Benito Pérez Galdós y así. No existían modelos literarios alternativos y estoy segura de que eso a mí me inhibió; incluso los escritores que yo conocía entonces, algunas mujeres, estaban dentro de ese canon masculino. Entonces yo pensaba que si escribir era escribir así, yo ni era ni podría ser nunca escritora. Cuando llegué a Nueva York reconecté con la escritura casi de inmediato, por pura supervivencia espiritual y porque en el fondo, y gracias a la distancia, yo me sentía protegida y segura. Alguna vez lo he dicho, aunque no he reflexionado demasiado sobre esto, pero creo que el hecho de vivir en un espacio predominantemente anglófono también me ayudó. Es como si todos los jueces posibles de mi escritura, felizmente hubieran desaparecido. Aparte de esto, tuve la grandísima suerte de coincidir muy pronto con otros grupos de escritoras y de conocer enseguida a Sonia Rivera Valdés, excelente escritora cubana, y a la profesora dominicana Daisy Cocco de Filippis, quien había creado un grupo de tertulias para escritoras dominicanas en la que nos fuimos incorporando escritoras de diferentes nacionalidades. En ese grupo leíamos y discutíamos nuestros textos, compartíamos nuestra experiencia de aislamiento en cuanto que escritoras y escritores que viven en los Estados Unidos, buscábamos soluciones conjuntas a nuestros proyectos y, quizás lo más importante, al menos para mí, fue que afianzamos nuestra conciencia de escritoras con una voz diferente, que no solo no tenemos que tratar de escribir como lo hacen los hombres sino que exigimos nuestro derecho a hacer oír esa visión de mundo que nuestra escritura aporta.

Luján. ¿Había libros en tu casa cuando eras niña?

Suárez. No, no había ninguno, excepto un libro de cocina que tenía mi madre, al parecer un regalo que mi padre le hizo al poco de casarse, y un misal en latín y español del que me gustaba leer las vidas de santos.

Luján. Y ahora, ¿qué libros te rodean?

Suárez. Desde que llegué a Nueva York procuro leer a todas las escritoras que puedo para suplir, de alguna manera, las carencias que tuve en mi educación literaria. Leo la gran mayoría de las obras en español porque la literatura no la puedo desvincular de la lengua en la que está escrita, y cada palabra del español tiene para mí numerosas resonancias, a un nivel que el puro significado de las mismas no cubre, y que es lo que me pasa cuando leo en inglés. Entiendo la lengua, pero no la siento de igual manera, el inglés para mí siempre será una lengua aprendida en la que no podré expresarme jamás en el plano emocional. Y el aspecto emocional es demasiado importante en la literatura como para prescindir de él. También estoy tratando de leer la obra, tanto de escritores como de escritoras, perteneciente a la tradición de la literatura hispana escrita en español en esta ciudad desde mediados del siglo XIX.

Luján. ¿Tienes una idea más o menos clara a la hora de ponerte a escribir o simplemente dejas fluir tus pensamientos sobre el papel?

Suárez. A veces tengo una idea que me impulsa a escribir, y poco a poco esa idea se va definiendo a medida que se va haciendo el texto. En realidad, es el mismo proceso de la escritura el que me lleva a crear, aunque al principio la idea que tengo sea generalmente vaga. Hay otras veces en las que es una frase, normalmente un comienzo que me gusta, la que me lleva a la historia.

Luján. ¿Hay algún escritor o escritora que te haya servido de modelo literario o que haya ejercido una influencia más o menos notoria en ti?


Suárez. Sí, Sonia Rivera ha sido para mí muy importante; no porque lo que yo escriba se parezca a lo de ella, sino porque me dio, digamos, la libertad de escribir. También el grupo de escritoras dominicanas con el que me reuní durante varios años, me influyó bastante porque, aunque las voces de estas escritoras son voces muy diferentes y lo que yo escribo es muy distinto a lo de ellas, hicieron que me diera cuenta de que hay otra manera de mirar y expresar el mundo que no es la de siempre. También me han influido bastante las lecturas que hice de los escritores chicanos, Tomás Rivera especialmente.

Luján. ¿Qué es lo más difícil cuando escribes: crear los personajes, describir el ambiente, desarrollar los diálogos…?

Suárez. Creo que en general lo que más trabajo me puede llegar a dar en algunos cuentos es encontrar un ritmo que me guste. Hay cuentos que salen casi hechos pero otros tienen un proceso de creación más minucioso.

Luján. ¿Para quién escribes: para las mujeres, para los hombres o para todos en general?

Suárez. Ojalá que fuera para todos. Y cuando digo esto no lo digo en absoluto con el ánimo ni el deseo de convertirme en best seller, sino que lo digo desde mi conciencia de escritora, y de la necesidad que existe de que los hombres pierdan de una vez el miedo a leernos, y adquieran la flexibilidad suficiente, la que hemos tenido por siglos nosotras, para poder ponerse en el lugar de los demás y ver la vida desde nuevas perspectivas, sin complejos, sin sentimiento de pérdida, sin sentirse disminuidos por ello. De hacerlo así, saldríamos ganando todos, pero ellos los primeros. Es increíble que se puedan pasar la vida ignorando lo que piensan las mujeres, ignorancia que, en el peor de los casos, y son muchos los casos que aún existen, raya con el desprecio.

Luján. ¿Tú crees que tus libros los leen más las mujeres?

Suárez. Seguro, seguro que sí. Por lo mismo que acabo de decir.

Luján. ¿Crees que hay una literatura para mujeres y una literatura para hombres?

Suárez. No tendría por qué haberla, de hecho se nos ha dicho siempre que la buena literatura no tiene sexo, que es universal, y yo así lo creo, pero también sé que lo universal está hecho de pequeñas universalidades que todas y todos aportamos. La literatura canónica del hombre, blanco, europeo, heterosexual, de una clase social favorecida representa solo una pequeña parcela de esa pretendida universalidad. Los hombres, en general, se resisten a leer a las escritoras, y cuando lo hacen, son demasiado subjetivos con sus críticas, o porque no entienden o no quieren entender. Si no, basta ver los comentarios ácidos que algún crítico de gran renombre ha hecho recientemente sobre Gabriela Mistral o Carmen Laforet, con el agravante de que su posición de prestigio en el mundo de la literatura tiene demasiada influencia a la hora de definir lo que es bueno y malo. A poco que uno revise los suplementos culturales de cualquier revista o periódico se da cuenta de los distintos baremos que se utilizan para reseñar a las escritoras y a los escritores. Si una escritora, pongamos el mismo caso de Laforet, escribe una literatura cercana a sus propias vivencias, se la acusa de no ser escritora porque no es capaz de “inventar” y crear personajes ajenos a sus experiencias. Si un hombre lo hace se dice que es capaz de convertir lo trivial, lo doméstico, lo cotidiano en literatura. Con el caso mismo de Laforet, que escribió una excelente obra, Nada, y luego se le fue engarrotando la pluma hasta ser incapaz de escribir una sola palabra, se redunda en el mismo argumento, y se habla del logro artístico de Nada como de una mera casualidad que no sirve para avalarla como buena escritora. No se dice lo mismo, por ejemplo, de Juan Rulfo, cuyas dos únicas obras juntas –excelentes, por demás, lo mismo que Nada– tienen un número de páginas inferior a los de la novela de Carmen Laforet. Podríamos seguir poniendo ejemplos y escribir un libro, por lo menos.

Luján. ¿Estás de acuerdo con la terminología que define a los escritos de mujeres como literatura femenina o prefieres el término literatura de mujeres?

Suárez. Prefiero el término de literatura de mujeres, creo que es más claro, si lo que queremos decir es que está escrito por mujeres. En realidad no es que me moleste tampoco lo de literatura femenina, pero eso es más ambiguo y resbaladizo y es posible encontrar algún escritor que hace literatura femenina y alguna mujer, muchas mujeres, que hacen literatura masculina, si es que podemos llegar a definir lo que una cosa y otra es, que no estoy tan segura. Sé que hay muchas escritoras que se sienten demasiado incómodas con este tipo de clasificaciones. A mí, como te digo, no me molesta, y estoy convencida de que las mujeres, por las circunstancias inevitables a las que nuestra misma experiencia como mujeres nos somete, tenemos una perspectiva diferente y una visión distinta de muchas cosas, y esa visión tiene que notarse en lo que se escribe. Veo positivo que esto se note, creo que es necesario escribir con algún tipo de acento. En muchas ocasiones, incluso con mis estudiantes, he dicho que yo soy licenciada en literatura de hombres, porque en cinco años de carrera y cuatro de doctorado, no tuve que leer a ninguna escritora. Y las pocas que leí durante ese período de formación fueron por mi cuenta.

Luján. Cuando escribes, ¿hablas de tu obra con alguien o prefieres vivir una escritura en solitario?

Suárez. Me gusta la soledad de la escritura y lo que de veras desearía es tener mucho más tiempo para escribir. En general yo no comento lo que estoy escribiendo, por ninguna razón en especial, sino porque no soy buena para contar cuentos; me imagino, en mi caso, que esa es una de las razones por las que escribo, aunque bien es cierto que algunos escritores, además de escribir muy bien, son excelentes cuentistas orales. No es mi caso.

Luján. ¿Cuántas veces rompes lo que escribes?

Suárez. Romper, romper… he roto algunas cosas que no me gustan en absoluto o que a la hora de publicarlas no me interesan. Lo que sí hago es editar, edito bastante.

Luján. ¿Hay en tu libro de cuentos Para que no se me olvide algo nuevo respecto al anterior?

Suárez. Para que no se me olvide es el primero que escribo y publico, y luego sale en asturiano El día que nos llevaron al cine, que será publicado en breve en castellano por la editorial Campana. Aun con ciertos elementos comunes, como es el espacio común del mundo rural en el que ambos se desarrollan, el enfoque de los personajes es diferente en uno y otro. En la colección de Para que no se me olvide tenemos tres generaciones de mujeres pertenecientes a tres momentos distintos del siglo XX: principios de siglo, años 40 y 50, y años 70, momento a cuya generación pertenezco y que coincide con un periodo de la historia de España tan significativo como el de la Transición, con todos los cambios socio-políticos que se producen en aquel momento en nuestro país. En El día que nos llevaron al cine el escenario principal es el de mi infancia, durante los años 70, en el campo, y son historias vistas a través de la mirada de una niña. Yo trabajo mucho con la memoria, pero finalmente la memoria es demasiado frágil y esta fragilidad que va difuminando los recuerdos es siempre buena para la literatura. Uno se acuerda de una anécdota, de algo que le pasó, pero a la hora de escribir un cuento tienes que crear una historia, y eso te obliga a re-crear cosas y a inventar aquello de lo que no te acuerdas, que suele ser más que de lo que te acuerdas. Y ese es el comienzo de la ficción y de la literatura.

Luján. En tus libros hay una gran mezcla entre realidad y ficción.

Suárez. Sí, mucha.

Luján. ¿Y por qué usas la primera persona?

Suárez. Me siento más cómoda; no trato de usar la primera persona a propósito, simplemente me sale. Alguna vez he escrito algún cuento usando la tercera persona para establecer una mayor distancia con lo que estoy narrando. Son estos, en general, cuentos duros, de los que necesito alejarme de alguna manera.

Luján. ¿Es Para que no se me olvide el fruto de historias orales contadas por mujeres?

Suárez. Sí, por supuesto que sí, pero es ficción, no es testimonio. La parte oral es muy importante, y he conservado ese tono a lo largo de todo el libro, hasta el punto de que cada cuento es una especie de monólogo, pero no son historias reales, verdaderas, como las de La mio vida ye una novela, como se dijo en más de una ocasión.

Luján. ¿Se podría clasificar dicha obra de “memoria histórica asturiana”?

Suárez. Claro que sí, y de memoria histórica de España aunque haya referencias locales.

Luján. ¿Hay algo en este libro de cuentos que nos muestre algo de lo que tú eres?

Suárez. Por supuesto; hay cuentos cuyas anécdotas están muy cercanas a mis propias vivencias y, además, cada uno de ellos refleja la manera particular que yo tengo de ver la vida. Uno elige las historias que quiere contar por alguna razón, como el fotógrafo que recorta en su fotografía aquella parte del paisaje que quiere mostrar y eso ya es una manera de enfocar la realidad que podría haberse hecho de otra manera. Personalmente creo que la literatura tiene un significado, no participo de la poética de “el arte por el arte”, ni siquiera la entiendo muy bien. Eso no significa que ignore la importancia que la lengua tiene en el proceso de creación literaria, para mí esto es súper importante también, pero en la misma elección de, digamos un estilo, hay una postura y una posición ante el mundo que, queriéndolo, o incluso sin quererlo, yo voy a transmitir. Estoy convencida de que cualquier obra refleja a la persona que la escribió. Me remito a mi obra para ser más concreta. En todos los libros que he escrito hasta ahora, incluido el libro de testimonios, trato siempre de dignificar el mundo del campo por una parte y el papel de las mujeres por otra. Y bueno, las historias están vistas desde esa perspectiva, y quien está controlando y definiendo esa perspectiva soy yo.

Luján. ¿Por qué esa constante del campo asturiano, a pesar de haber vivido ya más años en la ciudad?

Suárez. Yo recuerdo de niña, y no tan de niña, la incomodidad que sentías, en muchas ocasiones, cuando llegabas a la ciudad. La gente de la ciudad solía tener, me imagino que sigue pasando en buena parte de los sitios donde la vida rural tradicional no ha desaparecido, una doble visión del campo. Por un lado pensaban que éste era un paraíso, un lugar idílico al estilo de la novela pastoril del Renacimiento, donde se podía descansar, disfrutar las delicias del paisaje y comer bien; exactamente lo mismo que hoy en día ha explotado el turismo rural y hacia el que tengo mis reservas. Por otro lado, existía también la idea de que la gente del campo era gente bruta, ignorante, sin educación. Ni una cosa ni la otra son ciertas. La vida en el campo, viviendo del campo, siempre ha sido dura, y los campesinos no son seres mi mejores ni peores que los que viven en la ciudad. Contra estos dos tópicos es que yo quería escribir, necesitaba dar una visión más desde adentro de lo que era el mundo rural.

Luján. ¿Es fácil publicar en NY?

Suárez. No, pero he de reconocer que yo he tenido suerte porque enseguida de tener la versión en español de Pa nun escaeceme (Para que no se me olvide) fue publicada por la editorial Campana, dirigida por Mario Picayo. Y lo mejor, además, es que fue publicada en español y en inglés al mismo tiempo, con una traducción excelente de Emily Maguire, que supo captar de la mejor manera el tono oral de las historias.

Luján. ¿Desde cuándo existe la editorial Campana?

Suárez. El origen de Campana se relaciona hasta cierto punto con LART (Latino Artists Round Table), una asociación cultural creada en 1999 por la escritora cubana Sonia Rivera Valdés, Mario Picayo, Esteban Bujanda y yo misma, con la idea de unir a los diferentes grupos latinos que había en la ciudad y de dar impulso y visibilidad a la cultura, fundamentalmente la literatura, en español. Después de varios años de realizar numerosas actividades, vimos la necesidad de crear una editorial, tarea de la cual se encargó Mario Picayo. Pero como quiera es difícil publicar aquí, y más que publicar, que ya esto ni es tan complicado, es darles visibilidad a los libros publicados que, en este país, y escribiendo en español, no acaban de encontrar su lugar. Es una situación incómoda, de un aislamiento terrible, porque ese espacio tampoco existe en nuestros países, donde no habría los problemas de la lengua que hay en Estados Unidos, pero donde no se han interesando seriamente por el fenómeno de la producción literaria que se ha hecho y se está haciendo en buena parte de los Estados Unidos. Así que nuestra postura no deja de ser una postura de resistencia cultural, para lo que, ciertamente, hay que tener una paciencia enorme.

Luján. ¿Cuál ha sido, por ahora, tu mayor satisfacción en este mundo de la narrativa?


Suárez. Como lo que más me gusta es el proceso mismo de la escritura esta ya es una satisfacción de la que parto, lo que lamento siempre es no tener el tiempo suficiente para dedicarme a la escritura como quisiera, piensa que somos una de las primeras generaciones de la clase trabajadora que empieza a escribir, y eso define en gran medida el proceso de la escritura. Y una clase trabajadora de mujeres, que es algo todavía muy distinto. En general, los hombres nunca han tenido ese mismo problema para desarrollar sus vocaciones porque cuando llegaban a casa tenían todo hecho, la casa ordenada, la comida lista y los hijos atendidos. Nosotras llegamos y seguimos… y no hay ningún otro tipo de apoyo más que la práctica personal del sacrificio. Las mujeres que en su día pudieron escribir, salvadas ciertas barreras de género, tenían el mismo apoyo que los hombres, porque pertenecían claramente a una clase social acomodada y tenían todo un equipo de sirvientas resolviéndoles los problemas domésticos. Pero hablando de mis satisfacciones con la escritura… Como no vivo de escribir, lo cual me permite no hacer ningún tipo de concesiones, no espero nunca demasiado, y así he ido reuniendo, prácticamente sin buscarlo, una serie de pequeñas gratificaciones. Este año, por ejemplo, las diferentes bibliotecas de Asturias organizaron, para el Día del Libro, unas “rutas literarias” por concejos, y en el concejo al que yo pertenezco, que es el concejo de Candamo, eligieron mi libro para leer. Yo no estaba allí, pero la gente del concejo que participó en el evento leyó cuentos de Para que no se me olvide.

Luján. ¿Qué proyectos tienes a corto y largo plazo?

Suárez. Tengo muchos proyectos que estoy tratando de sacar adelante. Estoy organizando una antología de ensayos titulada Literatura con acento, y con esto quiero decir con acento de mujer, de latino, de gay, lesbiana, etc., es decir, escrito desde cualquier perspectiva de alguna de estas minorías. Se trata de una antología en la que diferentes escritores cuentan su experiencia de escritura desde la periferia. Por otra parte, y desde que nacieron las niñas, empecé a escribir una especie de diario en el que trato de reflejar ese mundo infantil tan asombroso y poético, del que la mayor parte de los adultos se olvidan con tanta facilidad, y a la vez mi experiencia como madre que vive y trabaja en la ciudad de Nueva York. Jacinta tenía 4 años cuando lo empecé y Rosalba uno, y un día me sorprendió tanto esa capacidad de entendimiento tan cercana a lo mágico que tienen los niños, que decidí escribirlo. Llevo cinco años en esto, y aunque no escribo con tanta asiduidad como al principio, aún no he visto el momento de ponerle el punto final. Algunas veces les leo lo que escribo y les divierte, pero al mismo tiempo me reclaman y en más de una ocasión he oído a la mayor comentarle a la pequeña: “No digas eso que luego mamá lo escribe”. Además hay otro libro de cuentos, escritos hace tiempo, que tenía guardados en el ordenador, y sobre los que quiero volver.

Luján. ¿Son cuentos sobre mujeres?

Suárez. Son cuentos, una vez más, relacionados con mi infancia. Tienen mucho que ver, en este caso, con un viaje que hacíamos todos los veranos, el único que hacíamos, a un pueblo de León, ya cerca con Palencia, y en el que pasábamos dos meses. No es que fuéramos exactamente de vacaciones, sino porque a mi tía, que tenía asma, le había recomendado el médico que fuera a algún sitio con un clima más seco. En este pueblo, al que he vuelto no hace mucho, había un palacio del siglo XVI, medio abandonado, que el Ayuntamiento acabó comprando recientemente a los dueños, los Condes de Grajal, y que en su época ya tenía un sistema de agua corriente, aunque a las casas del pueblo no llegó hasta 1982. Cuando nosotros íbamos eran los años 70, y uno de mis principales recuerdos es el de ir con un cubo a una de las cuatro fuentes que había, a buscar agua. Por supuesto, no teníamos baño, y en una de las casas que pasamos uno de los últimos veranos que fuimos, nos sentíamos dichosos porque había una letrina con un pozo al lado.

Luján. ¿Dónde te gustaría llegar en el mundo de las letras?

Suárez. (Lo piensa un poco.) Yo me muevo entre dos mundos literariamente minoritarios, el mundo de la literatura escrita en asturiano y el mundo de los emigrantes latinos de Nueva York; a eso súmale el ser mujer. Quisiera, por tanto, que el legado artístico de estas realidades literarias a las que pertenezco llegara a tener el reconocimiento que se merece.

Luján. Gracias Paquita.

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