Grafemas

Boletín de la AILCFH

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María Sergia Steen, Colorado University
Publicado en Grafemas diciembre 2010

Creación: Cuentos

 

María Sergia Steen. Nacida en Zaragoza (Aragón), España, criada y educada entre Zaragoza, Sevilla, Londres, y Estados Unidos de América. Estudios de Filosofía y Letras, Universidad de Sevilla: Filología Moderna. Doctorado (Ph.D.) en literatura española, Siglo XX, por la Universidad de Colorado, (Boulder, CO. EE.UU.). Profesora de literature española, Departamento de Lenguas y Culturas, Universidad de Colorado, Colorado Springs, donde resido. Mi especialización es el siglo XX, el cuento, la novela, especialmente de mujeres. Autores que cultivo son: Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Juan José Millás, Enrique Vila-Matas, Eduardo Mendoza, Belén Gopegui, Soledad Puértolas, Merce Rodoreda, Marina Mayoral, apartede mis clásicos: Unamuno, Lorca, Matute, y Carmen Martín Gaite. Tengo un libro publicado en editorial Playor sobre mi tesis Doctoral: El humor negro en la obra de Fernando Arrabal; uno de Cuentos, Ropa limpia y otro publicado en 2010 Un guiño a la vida. Escribo artículos, reseñas y cuentos que publico en revistas literarias en España y EE.UU.

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“Para que lo sepas”
María Sergia (Guiral) Steen. Enero, 2009

Esta carta te la tenía que haber mandado antes, pero fui dejándola y dejándola. Te quería contar primero lo del 11 septiembre de 2001. ¡Si hubieras estado! Quizá es mejor así, que no lo vieras. Hubieras llorado como lo hice yo, y lloré por ti. Lloré porque con las torres cayó una cierta inocencia que pululaba en el aire del pueblo americano. Casi no sé explicarlo pero antes de esa fecha, parecía inconcebible la acción. Se rompió algo y...

¿Cómo definirlo? Sé que hasta el 11 de septiembre era el antes, y desde el 12 hasta hoy el después.

Nunca se pensó que tal barbaridad pudiera ser un hecho, ni se concebía la idea. Vivíamos, sin saberlo, colgados de un hilo tenue, donde se inscribía la vida de una cierta manera De acuerdo con un supuesto código, y que no podía ser de otra forma. Supongo que era el que llamamos ‘civilizado’. Si había conflictos internacionales y no se resolvían, se declaraba la guerra o se invadía un cierto territorio. Se hacía la guerra casi al estilo antiguo de seguir el libro donde se daban direcciones de movimiento; se usaban los medios aceptados y sobre todo se daba la cara.

El hilo de esas creencias se rompió y nos quedamos con un vacío inmenso, sin nombre. Si lo hubieras visto: dos aviones se insertaron en las Torres Gemelas de Nueva York. ¿Es parte de una película? - parecía preguntarse la gente y los presentadores de televisión. Superaba la misma ficción y además se propagaba por un medio al que todos estamos acostumbrados, en el que se alterna lo real y lo irreal. Lo vimos una y otra vez. Volvieron a repetirlo las cámaras mil veces. Nos brindaban como realidad, algo que parecía pura ficción y nos quedamos aturdidos, letárgicos. No había palabras; no acertábamos a creerlo.

Tú no estabas y de repente me dije: “Mejor así. Es demasiado”. No me llamó nadie por teléfono y no lo comprendía, pero creo que ‘todos’ estábamos paralizados. Uno, dos aviones penetrando en una estructura de cemento, en la parte de arriba, sin más abrigo que el aire. Aviones que luego supimos fueron intencionadamente suicidas. Hubiéramos querido rebobinar una supuesta cinta y exclamar: “¡Que los paren, que alguien haga algo! ¡Por favor, echen marcha atrás!” Pero no, era cierto; todos sentimos el desmayo de nuestra gran impotencia.

Salí a la calle para unirme a otro ser humano, para decirle a la gente “estoy con ustedes”. Los otros hicieron lo mismo. Llevábamos un ¡ah! lleno de espanto en la cara, la boca abierta, sin poder articular palabra. Salió la vecina y vino a mi encuentro; lloramos. Creo que estábamos aterrorizados. Empezaron a aparecer banderas a derecha e izquierda y como todos, coloqué la tuya sobre el árbol más alto, el pino que queda tocando la casa. La coloqué tan grande y alta como pude extenderla. Pensé en ti, en tu patriotismo y en cómo querías a USA. Mejor que no lo vieras porque ahogaba y no hubieras podido aguantarlo.

Han pasados muchas cosas desde entonces. Parece ser que aquello nos llevó a poner en tela de juicio las normas de un juego que ha tomado direcciones distintas en la vida privada y pública. Creo que no somos los mismos. Aquella inocencia o creencia en que se vivía y que no puedo en concreto explicar, se perdió. Y te lo cuento porque tu hija te añora, quiere que seas su interlocutor, pero no sabe comunicarse contigo. Deberías echarle una mano.

Transcurrieron ocho años estériles en cuanto se refiere a continuar la ruta de antaño, en estos años se descarriló el tren del país. ¡Y hay tanto, tanto en juego! Fueron un desastre, un robo de tiempo ¡para qué decir más! Hemos tenido elecciones, después de ocho largos años y aquel estado de esperanza e inocencia ha vuelto a resurgir. Ha vuelto la esperanza de la gente de que los valores por los que USA se hizo, puedan recuperarse. ¿Será verdad? Tú tenías ese espíritu del pueblo. Querías que se implementara la ley de la fundación del país, tanto si la como si no. Eras de los de Franklin Delano Roosevelt, lo sé.

Tu hija me llamó para decirme si pensaba que el resultado de las elecciones, el triunfo de un hombre de la raza negra, inteligente, dispuesto, que parece saber a dónde va y que enarbola los valores de USA, nos sabrá devolver y mantener la esperanza, el espíritu de lo nuestro y superar el atasco. De que quizá pudiéramos volver a antes del 11 de septiembre. Y tengo miedo.

Tu hija me hablaba a mí, buscándote a ti, porque soy su único eslabón. Sé que la carta te llegará. Casi parece más normal que la recibas que ver un avión entero con sus tripulantes secuestrados, posiblemente exhalando gritos de horror y mentalmente pasándose la película de su vida en un suspiro de tiempo, aterrados. Esto hubiera sido imposible de creer antes del 11 de septiembre, pero ocurrió. Comparado con la irrealidad-real de las imágenes proyectadas ‘en directo’, el creer en la posibilidad que recibas esta carta es una pequeñez. Porque ya no hay diferencia entre un relato de ficción y lo que se nos impuso. Lo que vivimos en esa fecha el país entero. Toda la enormidad del hecho cobijado en esa pequeña pantalla portadora de tantas historias de horror.
Procura conectarte con ella. Creo que podía ser fácil si la piensas. Mándale tu energía, la que te rodea en el más allá y dale el mensaje que desea y espera. Algo así:

“Mira hija creo que sí, que el desastre del 11 de septiembre y el que siguió, lo podemos superar; que podemos emerger de la catástrofe de estos ocho años pasados; que me doy cuenta de todo y que estoy contigo; que comparto tu esperanza y que nunca me fui. Y si crees en la imposibilidad de penetración de unas grandes máquinas en el aire contra dos torres llenas de gente con vida, tienes que creer que sin embargo sí ocurrió.

Pero hay esperanza de cambio. Date cuenta que hay un nuevo tremor de energía-deseo en el pueblo, que nos sacará del presente atropello en que la miseria, el egoísmo, la avaricia y la desviación de una ruta, nos ha soterrado en profundidades ajenas. Sí. Hay futuro; lo creo. Piénsame y allí nos encontraremos”.

“Si supiera leer”
María Sergia Steen

Quién iba a creer que el Chiquín, no recuerdo mas que su apodo, desapareciera un día. La inseguridad y desasosiego creados por una guerra se reflejan en las personas que la sufren. La gente parece moverse en direcciones distintas pulsados por nociones nuevas, anormales; las cosas toman un cariz diferente y las actitudes se retuercen.

¡Quién lo iba a decir: desaparecer! Era de estatura baja, más bien joven y sin principios-según se entendían.

-Si supiera leer- nos decía.

Llevaba gorra negra, camisa blanca y ropa oscura. Se colocaba casi siempre las manos en los bolsillos con aire sosegado, queriendo buscarles empleo.

-Si supiera leer- repetía.

Los mayores lo escuchaban y escuchaban con la misma postura pasiva. Era la inercia que podía más en ellos. Sin embargo, los niños se hicieron cargo de su grito impotente.

- Mira Chiquín, esta es la A, a ver di AAAA... Con la L es LA. A ver di LA LA LA... y con la M es MA MA MA...

En sesiones de algunas semanas ya juntaba las letras. Escuchaba su voz; se oía a sí mismo y sin creerlo, sonreía de gozo, igual que un chiquillo. Reconocía lo que oía como suyo; naturalmente, él podía emitir sonidos y entenderse.

-Pues claro, CA SA, es esto; CU CHI LLO es eso. ¡Si ya lo sabía!

Su cara simple, ajada por el sol y el aire, se ensanchaba de gusto; se hacía rechoncha, bondadosa de satisfacción. Bien poco hizo falta para que aprendiera. Los títulos del periódico, los de las letras grandes, no se le pasaban. Las letras pequeñas, según él, le costaba mucho juntarlas. El “si supiera leer”, de antes, se convirtió en “ya leo” -había dado un gran paso. La vida mejoraba, casi sonreía; aunque fuera a pasitos, no pasos. Así lo quería él por ser hombre de campo, de sosiego, confíado.

Trabajaba por unos dos duros diarios; comía y dormía en mi casa. “Para ayudarle a empezar -comentaba mi madre. El pobre no puede pagar más”.

La gente llegaba del pueblo a la ciudad buscando otro tipo de vida: jornadas más cortas y mejor pagadas. La guerra invitaba al relaje; a buscarle al cuerpo algún equilibrio a la fuerza bruta de muertes, balazos, cañonazos o aviones ametrallando sin lógica alguna. Ese ir y venir de tropas, ese nuevo estilo de vida atraía a muchos, jóvenes y no tan jóvenes. Como consecuencia, se veían caras nuevas que invadían una comunidad en embrión.

-Las letras chicas no se me juntan como las grandes- insistía en las tardes cuando nos regalábamos al calor de la mesa camilla.

El periódico abierto, pasábamos jornadas descifrando lo escrito; buscando las letras grandes; deteniéndonos en aquello que más le atraía: deportes, defunciones, anuncios de trabajos de albañil, y la primera portada con la ‘única opinión que del mundo se nos daba’.

-Tú que vas de corrido, me decía, lee el resto.

Y en este diálogo sencillo de dos que se entienden, nos enterábamos de cosas más allá de lo nuestro diario.

El Chiquín era manso; se llevaba bien con la gente. Era más bien tímido, no como Tomás, su compañero de cuarto. A éste, yo lo despreciaba por aquel día que, colérico, levantó la silla contra mi madre. Estaba sola, sin hombre que la respaldara; por eso, abusaba de su hospitalidad y quería vivir a su costa.

-Si pudiera leer las letras más chicas- suspiraba el Chiquín.

No podía imaginar que se quedaría, para siempre, en las letras grandes.

A partir de aquella última noche, se acabaron las jornadas de lectura diarias. Dieron las siete, las ocho, las nueve en el reloj del abuelo. Justo entonces, alguien golpeó a la puerta. Mi madre fue quien la abrió:

-¿Es éste el domicilio de Evaristo López?
-Sí. Dirá usted "el Chiquín" ¿no? Aquí se le conoce por el apodo, señor.
-Bueno. Yo no sé. Llevaba el sobre de la paga vacío dentro del chaleco con el nombre y domicilio. Aún se pudo leer, aunque estaba casi roto, mojado.
-¿De Construcciones Pardo?- respondió mi madre.
-Sí. Justamente es el nombre.
-Tendrá que venir a reconocerlo al depósito de la calle Arpilleras.

Cuando mi madre volvió, ya tarde, nos explicó más.

-Lo encontraron ahogado en el Canal Imperial anoche. Tuve que identificarlo en el depósito de cadáveres.

Y mientras ella seguía, yo escuchaba en silencio. “Fue en el bar; el sábado después del trabajo. Unas copas de vino, mi ronda y tu ronda de vasos, se encontró con unos del pueblo y charlaron de todo -declaró un testigo. Abrió la cartera; atisbaron la paga -el jornal cobrado- que sería empleado en comer e ir tirando; total 90 cochinas pesetas y se las robaron.

Los hombres que encontró, gente al parecer conocida, ufanos de sus uniformes azules y negros, flechas rojas bordadas, cinturones y tirantes de cuero, por ser sus paisanos, él se confió y los siguió a donde lo llevaron: a la orilla del canal cercano. Luego, lo empujaron al agua. No sabía nadar y apurado se acercó a la orilla, zarpando. Con angustia de muerte se encontró con dos botas negras, brillantes, cortándole el paso y lo devolvieron al fondo del canal. Eso es todo”.

También le cortaron las clases nocturnas de lectura diaria -me dije- tan cerca de juntar las letras pequeñas. Esta vez la muerte nos tocó de cerca. El dolor, de fuerte, quemaba. Se sentía el vacío que deja la desaparición de un ser puro. En su lugar, quedaba un recuerdo agrio.

- ¿Leerás Chiquín, allí dónde estés? Si lees, no leas las cosas que cuento porque estoy pensando que no se comprenden. Y no es porque haya mucha letra menuda, es porque no se puede entender lo que hacemos la gente que lee de corrido la prensa diaria.

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