Grafemas

Boletín de la AILCFH

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Claudia Aburto Guzmán, Bates College
Publicado en Grafemas diciembre 2009

Crítica: Los géneros, la migración, el desierto y las ampollas en los pies: Crónicas

Fotos que acompañan el artículo

El veinte de febrero de 2008, Dan Millis de 28 años, voluntario del grupo humanitario No Más Muerte, encuentra el cuerpo de Josseline Jamileth Hernández Quiñonez, quien intentando cruzar lo que hoy se conoce como el sector de Tucson, no pudo más y fue dejada por el grupo que la acompañaba. Entre el momento que el grupo la dejó, pudo dar aviso de esto, y se organizó un grupo de búsqueda y rescate, pasó una semana. Josseline venía de El Salvador y aún no cumplía los quince años.

El aumento de muertes en las regiones desérticas compartidas por los Estados Unidos y México tiene su principio en 1994. El primero de Octubre de 1994 la administración de Bill Clinton da comienzo al programa “Operation Gatekeeper,” (1) cuyo fin era cerrar el paso a los indocumentados, empezando con el sector de San Diego/Tijuana. El programa consistía de la construcción de una “muralla” y el incremento de la patrulla fronteriza. Subsiguientemente, la administración de Bush continuó con la intención de reforzar la línea política, usando como móvil los acontecimientos de septiembre 11, 2001. A lo largo de su presidencia el discurso cambiaría de la necesidad de proteger la nación de los terroristas a protegerlo de la “invasión” procedente del sur. (2) Bush facilitó fondos para que se terminara la “muralla” y también acrecentó la presencia de las fuerzas armadas, agregando por un tiempo la presencia de la Guardia Nacional.

La estrategia que se llevaba a cabo incluía el concepto del desierto como una barrera natural y la muerte como el factor disuasorio. Por consiguiente, la “muralla” y el reforzamiento de la patrulla fronteriza en puntos clave como en El Paso/Ciudad Juárez y San Diego/Tijuana, creó un embudo para aquella corriente humana cuyo “peregrinaje” (3) a menudo comienza en los países de Centro América y México –aunque con el pasar del tiempo se conocen migrantes procedentes del Ecuador, Bolivia y Colombia.

Hoy los deslindes del embudo pueden trazarse de acuerdo a la concentración de muertes en el desierto. Aquéllos empiezan en el desierto de Yuma, en el extremo oeste del estado de Arizona, abarcan la nación indígena de los Tohono O’odham y se extienden hasta Texas, donde el desierto alrededor de Ciudad Juárez también es depósito de otro tipo de muerte sistemática, “las jóvenes de Juárez”.(4) Al crear este embudo los estrategas contaban con la topografía del desierto. Ésta es traicionera sea cuando se desenrosca plana, aliviando la vista sólo con los espejismos que engañan el ánimo o cuando se despliegan cadenas de montañas como acordeón extendido, hinchado por el viento que abrasa la piel. En el desierto plano los y las migrantes están expuestos al sol, el viento y la patrulla aérea. En este caso el sol y el viento son los más peligrosos ya que la temperatura puede llegar hasta 115F/46.1C o más. En las montañas los senderos son precarios [foto 1], aumentando las probabilidades de una herida, exponiendo a los y las migrantes a los derrumbes, a las plantas silvestres cuyas espinas disminuyen la tolerancia del dolor, y a los insectos y las culebras venenosas. Y, en todo momento, los y las migrantes se exponen a la deshidratación, la insolación y la desorientación. A pesar de todo esto, lo que se conceptualizó como barrera natural no ha detenido a la corriente humana.

En el verano de 2006 me adentré en el territorio desértico conocido como el sector de Tucson. Éste incluye la nación Tohono O’odham y el de la reservación natural de Buenos Aires conocida como BANWR. También incluye extensas cadenas de montañas que embellecen el territorio; sus formaciones dan una idea del tumulto geológico ocurrido hace miles de años atrás. Hoy son el escenario más reciente de un drama humano cuya urdimbre involucra tratados de comercio internacionales, guerras civiles, intervenciones políticas poscoloniales, hábitos consumidores desproporcionados y entre otras cosas, el deterioro ambiental [foto 2].

Ese verano pensé que mis investigaciones se concentrarían en torno a la respuesta de la comunidad artística frente a las muertes en el desierto que diariamente eran reportadas por los medios de comunicación. (5) Como aún no se terminaba la “muralla” que eventualmente obstaculizaría el paso a la fauna que se moviliza por el desierto, los grupos defensores del medio ambiente culpaban primordialmente a los y las migrantes por el deterioro del desierto. Parte de las respuestas de la comunidad se dirigían a este dilema que por momentos enfrentaba a los grupos humanitarios y a los defensores del medio ambiente. Después de caminar los senderos que hacían esquina con las carreteras transitables por automóviles como voluntaria del grupo humanitario Samaritan Patrol no estaba del todo segura que aquéllos no tuviesen razón [foto 3]. Sin embargo mi participación en las búsquedas y rescates con los otros miembros del grupo generaron más preguntas que respuestas sobre la cual afirmar una opinión.

El nueve de junio de 2006, durante una búsqueda en compañía de dos personas monolingües (inglés), me encontré con Víctor Javier (6) de 22 años, procedente de Guanajuato. Lo acompañaban dos hombres en sus 30, uno de Michoacán y el otro de Veracruz; habían sobrevivido el cruce de la nación Tohono O’odham y desembocado en la carretera 86 que cruza la reservación este a oeste. Se dirigían a Los Ángeles donde uno de ellos tenía un hermano. Víctor me impresionó por su urbanidad. Hasta entonces las personas a quienes habíamos encontrado tenían aspecto menos auto-consciente. Este joven tenía un corte de pelo a la última moda, su ropa era juvenil y los zapatos de caña alta podían verse en los pies de cualquier modelo masculino que finge una postura rústica. Mientras yo le desinfectaba las ampollas de los pies al caballero de Michoacán, Víctor me contó que había terminado sus estudios pero que no había encontrado trabajo. Decidió probar suerte y en el camino se encontró con los otros dos a quienes “el coyote” también había abandonado. Hablaba mientras se lavaba las piernas, los brazos, la cara y se metía la camisa dentro del pantalón. Cuando la patrulla fronteriza, a quien la policía de la nación indígena había llamado, los puso en la camioneta Víctor me pidió repentinamente que le pasara el desodorante que tenía en la mochila. Al pedírselo al patrullero, éste hizo una mueca sardónica e hizo un comentario acerca de lo absurdo del pedido. No pudo comprender que Víctor intentaba mantener su dignidad bajo circunstancias humillantes. Los y las migrantes caminan no menos de dos días bajo condiciones arduas,(7) sin bañarse, durmiendo bajo cielo raso y suelo abierto; para mantener el paso (“a trote”) a menudo toman pastillas “aceleradoras,” corriendo el peligro de un paro cardíaco al estresar el cuerpo hasta lo máximo. (8) Cuando se derrumban y los patrulleros los recogen el sudor mancha la ropa; en la nariz, tras las orejas, en el cuello tienen cristalizada la sal del sudor; las uñas están llenas de tierra y las manos se encuentran hinchadas de tanto caminar. Huelen a transpiración, también pueden oler a heces de vaca, de caballo y sangre seca, de acuerdo a lo que han pisado y dónde han dormido [foto 4].

La ignorancia de los patrulleros se hizo aún más obvia una vez se llevaron a los tres hombres. Mis acompañantes samaritanas, ambas mujeres jubiladas, resultaron ser muy amistosas. Emprendieron una conversación con dos de los patrulleros (habían llegado cuatro, dos en auto, dos en camioneta). El de Louisiana informó a las señoras que habían encontrado a una mujer que hacía dos días deambulaba perdida en el desierto. La mujer balbuceante les contó que hacía poco había dejado a su bebé muerto bajo un árbol; al encontrar al bebé descubrieron que aún estaba vivo. El patrullero, indignado exclamó “¿qué tipo de personas son éstas que abandonan a sus bebés?” sin prestar atención a lo que respondía la enfermera jubilada: la deshidratación causa desorientación, alucinaciones e imposibilita el juicio. La mujer agotada y empezando a delirar había visto a su bebé inmóvil, ya sin fuerzas no pudo más que dejarlo bajo un árbol para que no le diera el sol. Sordo al raciocinio, el patrullero pasó juicio sobre los actos de la mujer: sólo una persona sin moralidad puede abandonar a su bebé. Desde entonces he presenciado repetidas veces esta tendencia a criminalizar a los y las migrantes. Al recordarlo ahora comprendo que los actos de limpieza del joven Víctor eran una defensa intuitiva contra dicha criminalización. Víctor intentaba crear distancia entre su persona y la imagen del y la migrante derrotada, su moralidad derrumbada.

En agosto del 2007 comencé mi año de sabático en el sector de Tucson, estadía que extendería hasta agosto del 2009. Este período ha incluido un viaje a la frontera de México con Guatemala e incontables millas de senderos caminados en compañía de personas intrépidas como Robert Kee y Brenda Limón, que dedican su tiempo libre a la búsqueda y rescate de los peregrinos que cruzan el desierto [foto 5]. El número de ciudadanos en este sector que se ha responsabilizado por educarse e involucrarse es considerable pero nunca lo suficiente como para salvar a todo aquél y aquélla que se pierde en el desierto al intentar cruzarlo. (9)

Desde la entrada al siglo XXI cuando la comunidad humanitaria del sector reacciona ante tanta muerte, hasta el presente (verano 2009) se han visto muchos cambios en la población migratoria. (10) Estos cambios han puesto a prueba la tolerancia, los preconceptos y la propia manera de vivir de muchos de los miembros de los diversos grupos activistas. (11) De hecho al tanto que cambian las relaciones políticas y económicas entre los países, y se tensionan las relaciones entre los activistas y las autoridades locales, los activistas continuamente revalúan cómo han de responder a los que encuentran en el desierto y cómo mejor contestar a las crecientes restricciones impuestas por las autoridades. Estos grupos no siempre están de acuerdo entre sí, ya que algunos optan por actos simbólicos como la caminata anual, “The Migrant Trail,” otros por intervenciones políticas como el desafío a las autoridades al dejar agua en las reservaciones naturales, o el acto de integrarse en el territorio en busca de aquellos perdidos. En todo caso, los miembros se exponen tanto económica como políticamente al estar comprometidos y dispuestos a actuar de acuerdo a sus posturas ideológicas. (12)

Por otro lado, el colapso de los cruces en Tijuana y Ciudad Juárez ha hecho de Nogales un centro para narcotraficantes. Esto hace de los y las migrantes víctimas, no sólo de la industria coyotera sino que también de los narcotraficantes que los usan de burreros o mulas cuando no tienen cómo pagar a los coyotes. Además, vulnera doblemente a aquéllos que cruzan solos el desierto, habiendo sido parte de “la comunidad” que migraba con regularidad para trabajar por temporadas en los Estado Unidos. La situación ha inquietado a la patrulla fronteriza que también vigila la entrada y salida de las montañas de los grupos humanitarios [foto 6]. Debo admitir que en todas las millas caminadas durante los últimos dos años el único peligro (humano) que yo y mi compañero de camino hemos corrido ha sido la confrontación con un par de “minute men” que estaban ebrios y armados (13), y un patrullero que al tomarme por un narcotraficante se me vino encima con metralleta lista a disparar. Cuando vio la cámara fotográfica se dio cuenta de su error, inmediatamente bajó la metralleta y una vez disminuyó el nivel de tensión logramos tener una conversación sobre cuáles eran las probabilidades de encontrarse en el desierto profundo con un traficante versus con un migrante que necesitase ayuda [foto 7].

Otro cambio mucho más importante para los que estudian el efecto de la crisis mundial en los países a la sombra del primer mundo es el cambio de la demografía migrante. Hoy se evidencia un mayor número de personas procedentes de la clase media o profesional, más mujeres y niño/as, y más personas que en sus países natales son perseguidos por ser gays o transexuales. La situación de estos últimos es sumamente precaria y vulnerable ante la ignorancia que todavía rige sobre lo que constituye una persona transexual. Uno de los casos más crueles es el que está presentemente ante los tribunales de Arizona. Una persona transexual del Ecuador fue arrestada al cruzar sin documentos. Ha pedido asilo, ya que en el Ecuador peligra su vida. Las leyes de los Estados Unidos incluyen el asilo por persecución a causa del género. Mientras espera la decisión de los jueces ha sido encarcelada en la prisión para hombres en Florence, Arizona. Las autoridades al ignorar lo que constituye la transexualidad la pusieron junto a los demás hombres donde fue violada repetidamente. Para su protección hoy en día la tienen en aislamiento, pudiendo salir de su celda sólo una hora cada veinticuatro horas. (14)

La evidencia de estos cambios es palpable en los senderos de las montañas. Los artefactos que van dejando los migrantes en los lugares de descanso, aquéllos que los ciudadanos en contra de los migrantes llaman depósitos de basura, apoyan lo que los registros de arrestos van detallando. Junto a panfletos religiosos y Biblias [foto 8] he encontrado novelas como Miedo de no volar de Jorge Guzmán – novela que pesa más de una libra/ 681 gramos. Desafortunadamente, novelas de tal peso (y aquí no me refiero a su contenido) no sólo apuntan hacia la urbanidad y posible grupo socio-económico del o de la que cruza sino que también pone en relieve la falta de conocimiento del territorio y lo necesario (o lo no necesario) para cruzarlo a pie. De igual manera, junto a paños bordados [foto 9], portadores de mensajes para el que cruza, se pueden encontrar atuendos citadinos que imposibilitan la movilidad entre los cerros, o que ponen en peligro la pisada del individuo cuando baja o sube los mismos.

El calzado es parte del atuendo que más vulnera al individuo. El terreno varía no sólo en altitud, sino que puede ser simultáneamente rocoso, arenoso y resbaladizo en casi todo momento. El trauma en los pies es notorio [foto 10]. De hecho aún con el calzado apropiado yo he sufrido lesiones que me han impedido volver a los senderos por una o dos semanas. Eugenio, de 39 años, cuyos seis hijos lo esperaban en Dallas, Texas donde se especializaba en el diseño de pisos de loza, es un ejemplo de cómo pueden los pies boicotear al peregrino. Nos encontramos con Eugenio en octubre de 2007; había vuelto a México para enterrar a su padre. Intentó entrar por El Paso, Texas pero le impidieron la entrada. Sus hijos reunieron los $2,000 dólares para que un coyote lo pasara a él y otro tanto para José Guadalupe, su sobrino de 18 años. La tarde que encontramos a Eugenio lo acompañaba su sobrino y José, de 41 años, quien volvía de su visita anual a su familia en México. José trabajaba en Los Ángeles como “rufero,” cambiando techos. Habían sobrevivido la persecución de la camioneta que los transportaba junto a un grupo mayor. El conductor adentró la camioneta por el desierto, desnucando a uno de los pasajeros al pasar bajo un árbol mesquite y causando la caída de los demás al chocar a alta velocidad. Los tres habían salido corriendo hacia la misma dirección sin ser vistos por la patrulla que arrestaba al conductor y a su ayudante.

Eugenio llevaba zapatillas que le quedaban chicas, por lo tanto tenía ampollas entre los dedos además de en la planta de los pies [foto 11]. Habían caminado dos días y por ello, mientras yo le limpiaba y vendaba los pies, sus piernas temblaban incontrolablemente. El trauma a su estructura muscular era evidente y aún más la humillación que sentía al yo tener que levantar sus pies para vendarlo, ya que él carecía de fuerza y control muscular. Mientras tanto, José, a quien lo atendía mi compañero samaritano Bob Kee, tenía los músculos de las piernas agarrotadas de tanto caminar con ampollas en los pies. Nos explicó que había empezado a sentir contracciones musculares la noche anterior, ya que no estaba preparado para las noches heladas. Por suerte había traído consigo un par de calcetines limpios que se puso para que sus pies se mantuvieran secos y así minimizar la fricción de la bota que traía puesta. Al contrario, José Guadalupe no aceptó ayuda médica aunque sí comió y bebió mientras observaba silenciosamente. El cuerpo largo y delgado del joven permaneció inmóvil la mayor parte del tiempo. Esto me pareció muy inusual por ello le pregunté si había sentido temor durante la persecución y me contestó que sí, que pensó que iba a morir. Contestó con claridad y presencia, por lo tanto su inmovilidad respondía más a su estado de ánimo sicológico; a sus dieciocho años era la primera vez que se encontraba bajo condiciones tan exhaustas y violentas. Le era imposible asimilarlo todo y por ello lo único que daba indicios de su estado era los ojos, sumamente abiertos y afiebrados.

Con Eugenio, José y José Guadalupe conversamos por aproximadamente tres horas mientras esperábamos la llegada de la patrulla a la cual nos pidieron que llamásemos, sabiéndose incapaces de seguir adelante. Eugenio me contó que había viajado hasta Altar (15) acompañado de su sobrino y su sobrina. Allí se separaron. La sobrina cruzaría con una “coyotera,” habiendo un grupo de mujeres ya listas para el viaje. Se volverían a encontrar en la “casa de clavo” en Phoenix para luego dirigirse a Dallas. Eugenio esperaba con ansiedad la llegada de la patrulla para poder llamar a sus hijos una vez deportado a Nogales, México.

La conversación con Eugenio en torno a su sobrina confirmó lo que ya se estaba presenciando en los senderos: más mujeres. Hasta hace poco las mujeres a menudo cruzaban junto a los hombres y no en gran número. Ana, por ejemplo, a quien conocí a principios de 2008 en Nogales, México después de haber sido deportada, tenía 20 años, venía de Chiapas y era la única mujer de su grupo. El grupo consistía en sus amigos del pueblo con quien hablaba el idioma materno. Probablemente su juventud y el hecho que viajaba con un grupo de amigos la salvó. Las mujeres que viajan con los hombres corrían y siguen corriendo el peligro de ser abandonadas por ser más lentas; el mismo peligro que corren los hombres mayores, los que están enfermos o se enferman en el camino y los que tienen algunos kilos de más. (16) Además, la mujer que cruza con los hombres sabe que debe armarse de pastillas anticonceptivas. Las mujeres que han sido recogidas (arrestadas) con gran regularidad reportan que han sido violadas en el camino por el coyote o por miembros del grupo. Los sitios donde ocurren estas violaciones son marcados por lo que los voluntarios conocen como “los árboles trofeos.” En éstos una prenda íntima de la mujer es colgada de un árbol o matorral para indicar “el evento” [foto 12].

Con el aumento de mujeres que se arriesgan a cruzar se ha expandido la industria del coyotaje y hoy se incluyen a las coyoteras. (17) Éstas pueden ser no menos peligrosas que los coyotes pero la presión sobre las mujeres por parte de las coyoteras es de índole diferente. Por otro lado, las mujeres que cruzan son impelidas por varias razones. Algunas viajan con la esperanza de re-encontrarse con sus parejas, otras con encontrar un trabajo que les permita ayudar a su familia. (18) Otras vienen escapando la violencia a la cual están sometidas en países como Guatemala, Honduras y El Salvador donde la violencia contra las mujeres ha sido institucionalizada. (19) Las mujeres a menudo viajan con sus niños e infantes como lo demuestran los artefactos que se han encontrado en los senderos. Tal cual le sucede a los hombres, ellas viajan igual de mal preparadas. Los atuendos, que incluyen zapatos abiertos, faldas cortas, fajas, sostenes con soporte de alambre, entre otras cosas ponen en relieve el concepto de femineidad que manejan las peregrinas y que bajo las condiciones topográficas del cruce aumenta considerablemente su vulnerabilidad y la posibilidad de sucumbir en el desierto.

Una vez se adentran en los senderos del desierto profundo, las mujeres, al igual que los hombres, pueden sufrir deshidratación, insolación, desorientación, lesiones, además de síntomas particulares a las mujeres como lo indica la cantidad de toallas femeninas abandonadas en el desierto [foto 13]. También se hacen particularmente difíciles las trayectorias por donde hay mucha piedra grande, sobre todo si las mujeres son de centros urbanos. Escalar piedras y montañas requiere una habilidad aprendida con la práctica [foto 14]. Sin embargo, aún en los senderos más difíciles me he encontrado con atuendos y artefactos femeninos como los mencionados anteriormente.

A pesar de lo recién expuesto, las peregrinas están dispuestas a enfrentar los peligros del camino, que empiezan en el momento en que deciden cruzar y se extienden ad infinitum. Una de las características que tendemos a olvidar acerca de los migrantes es que el peligro no termina una vez cruzan o son recogidos o recogidas por la patrulla. Las condiciones vulnerables a las cuales se someten no se reducen. Si logran entrar a los Estados Unidos viven a la merced de aquéllos que quieran darles trabajo, vivienda y ayuda médica. A menudo son explotados, ya que no pueden recurrir a las leyes para que los protejan. Si son deportados, la mayoría vuelve endeudado a la industria del coyotaje, o a una red local menos o más organizada. Aparte de esto, las consecuencias del viaje pueden ser tanto físicas como sicológicas, cicatrices que no se sanan fácilmente. No obstante, los y las peregrinas emprenden el viaje con una mochila que puede contener tarros de atún, cajitas de leche para los niños, botellitas de insulina, desodorantes, pastas de dientes, un cambio de ropa, fotos, cartas, libros, botellitas de perfume. Lo que están dispuestos a llevar consigo aparte de la comida, el agua y la medicina, indica el peso afectivo (i.e. recuerdos, esperanzas) con el cual cruzan que bien puede ayudarlos a aguantar el dolor e incertidumbre, o no.

Ante el esfuerzo descomunal que cada individuo invierte en el acto de cruzar toda explicación dada intentando responder singularmente la pregunta de por qué, parece inadecuada. Existen razones históricas, políticas, económicas (incluyendo el contrabando) que pueden encuadrar las razones de cada individuo. Mas cada individuo se enfrenta a sí mismo, a sus razones durante el cruce y éstas a su vez ponen de relieve lo que el padre Rigoni de la orden de Scalabrini hace resaltar desde su óptica eclesiástica: en un mundo entrado en caos, los migrantes (mundialmente) apuestan al futuro. Dicho futuro incluye la ayuda que se prestan unos a otros durante la trayectoria. A menudo se sacrifican el uno por el otro contrarrestando los actos del coyote que al haber recibido su pago está dispuesto a abandonarlos en cuanto no puedan mantener el ritmo del grupo. De hecho, la semana anterior a la cual escribo lo presente la policía de la nación Tohono O’odham recogió a un grupo de peregrinos en la carretera 86 que cargaba el cuerpo de una mujer. Habían intentado llegar a la carretera para que recibiera ayuda médica. La joven, en sus 20, murió en los brazos del grupo unas pocas horas antes de que éste fuese encontrado. (20) Con esto en mente, la óptica que utiliza el padre Rigoni para examinar las circunstancias de los migrantes entra en directo diálogo de oposición con la cultura dominante del primer mundo, que aboga y se define por la máxima del carpe diem, el individualismo y autocentrismo al cual a menudo se reduce la misma. Esta postura impide y rechaza tomar en cuenta la cadena causal que tiene principios en el siglo veinte y cuyos eslabones se extienden hoy a lo largo del desierto.

Fotos que acompañan el artículo



Notas:
(1) Para un estudio y análisis detallado del programa y su efectividad véase el libro, Operation Gatekeeper, del geógrafo político Joseph Nevins.
(2) Curiosamente en 1994 también se da comienzos al tratado de libre comercio, NAFTA, cuyos efectos han sido catastróficos para la economía de los campesinos tradicionales. Hoy se ha determinado que la aplicación de NAFTA es una de las causas centrales por la supuesta “invasión” de indocumentados en los Estados Unidos. Véase la explicación comprensible de los sucesos en el libro The Borders Within, del historiador Douglas Monroy.
(3) Véase el artículo “Retos y desafíos de la migración a la misión,” del Padre Flor María Rigoni, C.S. quien analiza la migración mundial desde una perspectiva eclesiástica. El Padre Rigoni apunta hacia el estado de crisis en el cual se encuentra el mundo. Afirma que frente a esta situación los migrantes son los que apuestan al futuro.
(4) Véase el documental de Lourdes Portillo, “Señorita extraviada.” La directora, por medio de su investigación y entrevistas nos presenta el panorama macabro que circunda a las jóvenes que mayormente llegan a la frontera a trabajar en las maquilas de Ciudad Juárez.
(5) Véase el portal de la Coalición de los derechos humanos. Esta organización mantiene un detallado reporte de la identidad y causas de muerte de los indocumentados que han sido encontrados en el sur de Arizona.
(6) Aquí omito los apellidos de aquéllos a quienes encontramos en el desierto. El estado vulnerable en el cual se encuentran cuando se les ofrece ayuda me impide asumir que comprenden las consecuencias y ramificaciones de tener sus nombres e imágenes plasmados en un escenario público.
(7) En el año 2006 lo usual era que los y las migrantes caminasen 2-3 días, hoy en día (agosto 2009) pueden caminar 4-5 días, ya que la patrulla fronteriza vigila los cruces más accesibles.
(8) Felipe de 39 años a quien encontramos en octubre 2007 se había quedado atrás sintiendo que si seguía su corazón iba a “tronar” de tanto tomar pastillas para poder mantener “el trote.”
(9) Véanse los libros Dead in Their Tracks y The Devil’s Highway, de los periodistas John Annerino y Luis Alberto Urrea quienes reportan sobre el cruce por “el camino del diablo” que yace en el sector de Yuma, hacia el oeste de Tucson. El primero cruza con cuatro migrantes reportando la saga, el segundo recopila la odisea catastrófica de 26 migrantes de los cuales sólo sobrevivieron doce.
(10) En el presente año fiscal las organizaciones humanitarias reportan que ya se han encontrado 184 cuerpos en el desierto.
(11) Algunos de los grupos más activos que lidian directamente con las autoridades interviniendo a favor de los migrantes son: La coalición de derechos humanos, Humane Borders, Samaritan Patrol, No More Deaths y Border Network.
(12) Los periódicos locales del sector diariamente publican los más recientes acontecimientos llevándose a cabo en la frontera. La población se encuentra dividida en cuanto a los derechos de los migrantes y en cuanto a las acciones de los grupos humanitarios. Véase el artículo publicado por el periódico Tucson Weekly el 9 de julio de 2009.
(13) Véase el film Walking the Line que da una idea bastante verídica acerca de la autoimagen que tienen los “minute men” de sí mismos como defensores de la nación y la paranoia a la que sucumben.
(14) Los indocumentados en el Estado de Arizona reciben educación, consejo y representación legal gratuita ante los tribunales por medio del proyecto “The Florence Immigrant and Refugee Rights Project.” Los abogados que prestan servicios a la cárcel de Eloy son Thalassa Kingsnorth, esq. y Christina L. Powers, esq. En la cárcel de Florence, los abogados que prestan sus servicios son Marco Acevedo, esq. y Katherine Ruhl, esq.
(15) Hasta el presente año, Altar era el pueblo de paso para todo migrante. La economía del pueblo se ha estructurado en torno al tráfico migratorio. Allí el viajero podía contratar un coyote, prepararse comprando mochilas, comida, pasta de dientes, etc. El 25 de julio del 2009 nos encontramos con Manuel. Era la primera vez que cruzaba y había entrado por Sasabe, al oeste de Nogales. Era originalmente de Colima pero hacía unos años él y su familia habían abierto un kiosco en Altar. Desde principios del presente año el tráfico migratorio había decaído y por lo tanto él y su familia ya no tenían lo suficiente para subsistir. Habían decidido que él intentaría cruzar y una vez en Tucson conseguiría trabajo por unos meses antes de que lo intentase su familia. Manuel se encontraba en buenas condiciones pero no tenía una idea exacta de la distancia que le quedaba por caminar. Su intención era llegar hasta Tucson a poco menos de 60 millas o 96,560 metros de donde lo encontramos.
(16) Monroy ha hecho una observación muy perspicaz en torno a quién logra cruzar, y sobre quién beneficia del hecho que son los más fuertes los que entran al país. Dice que, y aquí traduzco, “…México le hace un gran favor a los Estados Unidos al mandar al norte los trabajadores que más producen. El recurso más valioso de cualquier país es su juventud, trabajadores ávidos, y cuando se habla de trabajo físico, duro, se habla de hombres entre los 20 y 40 años de edad. En otras palabras, aquéllos que deberían estar construyendo una infraestructura de irrigación, carreteras… han venido a los Estados Unidos a limpiar carros, recoger fresas…. Los jóvenes trabajadores constituyen una de las aportaciones más grandes que le hace México a los Estados Unidos.” (35-36)
(17) Véase el artículo “Women Are the New Coyotes,” publicado por Claudia Núñez en New America Media.
(18) Alma, a quien conocí en la “Casa de amputados” en Tapachula, Chiapas, México, procedía de Honduras donde vivían aún sus dos hijas bajo el cuidado de su hermana y su mamá. Alma había perdido sus piernas en los trenes y era una huésped permanente de la casa de amputados. Se ganaba la vida en el taller de costuras. Con sus ganancias mantenía y educaba a sus hijas.
(19) Las guerras civiles de El Salvador, los genocidios étnicos de Guatemala y la inestabilidad gubernamental de Honduras han dejado una herencia de violencia que hoy se manifiesta sobre el cuerpo de las mujeres. Véase por ejemplo, la fotografía documental de Moisés Saman que demuestra el engranaje en el cual se encuentran atrapadas las mujeres de El Salvador.
(20) Véase el artículo de Brady McCombs quien escribe para el periódico Arizona Daily Star y quien tiene acceso a las búsquedas y arrestos de la patrulla fronteriza.



Obras y Portales Citados
Annerino, John. Dead in Their Tracks. Crossing America’s Desert Borderlands in the New Era.
Tucson: The University of Arizona Press, 2009.

Coalición de los derechos humanos. 30 July 2009 <http://www.derechoshumanosaz.net>.
Florence Immigrant and Refugee Rights Project. 31 July 2009 <http://www.firrp.org/>.

Levine, Jeremy and Landon Van Soest, dirs. Walking the Line. 2005. Documentary Film. DVD. New York: Transient Pictures. <http://www.walkingthelinefilm.com>.

McCombs, Brady. “Tucson Region: 6 More Bodies Found in Desert; Fiscal-Year Total: 164.” 30 July 2009. Arizona Daily Star. 5 July 2009. <http://www.azstarnet.com/allheadlines/302933.php>.

Monroy, Douglas. The Borders Within: Encounters Between Mexico and the U.S. Tucson: The University of Arizona Press, 2008.

Nazario, Sonia. Enrique’s Journey. New York: Random House, 2006.

Nevins, Joseph. Operation Gatekeeper. The Rise of the “Illegal Alien” and the Making of the U.S.-Mexico Boundary. New York: Routledge, 2002.

Núñez, Claudia. “Women Are the New Coyotes.” New America Media. 27 December 2007.
<http://www.alternet.org/story/71663/>.

Portillo, Lourdes, dir. Señorita Extraviada/Missing Young Woman. 2001. Documentary Film. DVD. Np: Xochitl Productions. <http://www.lourdesportillo.com/films.html>.

Rigoni, P. Flor María, C.S. “Retos y desafíos de la migración a la misión.” 31 de diciembre 2004. SEDOS: Mission Articles. 15 de enero 2006. <http://www.sedos.org>.

Saman, Moisés. Fotógrafo. “La vida por las Maras” (2007). Fotos 4 y 14. 24 julio 2009.
<http://www.moisessaman.com>.

Urrea, Luis Alberto. The Devil’s Highway. New York: Back Bay Books, 2004.

Vanderpool, Tim. “The Activist Question. Tensions between Humanitarian and Federal Officials Are on the Rise Along the Border.” 9 July 2009. Tucson Weekly. 4 August 2009.
<http://www.tucsonweekly.com/tucson/the-activist-question/content?iod=1230781>.

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